13 de octubre de 2012

BRRR BRRr BRrr



I

Mientras estaba en la sala de espera, vino una mosca y se posó en mi brazo izquierdo. No hice el ademán de matarla por el asco que producen sus fluidos cuando las aplastas. Pero nada más posarse ella en mi brazo y mirarla, para que la mosca se fuera: cuál fue mi sorpresa que, en lugar de desaparecer volando, cayó al suelo. Se cayó con las alas hacia abajo y las patas hacia arriba. Se me hizo extraño que cayera de esta forma y que no pudiera levantar el vuelo. Algo le pasaba a la mosca porque lo normal es que las moscas sean muy prevenidas, porque cuando alzas la mano para matarlas levantan el vuelo y desaparecen o regresan posándose en otro sitio de tu cuerpo. Entonces suele ocurrir que, como llevas la mano con cierta velocidad, para sorprenderla, además de la frustración de no haberla matado, uno suele darse un golpe que al final duele.

Pero aquella mosca, la que se posó en mi brazo, al despegar no voló, se cayó patas arriba. Estuvo aleteando, supongo, queriendo darse la vuelta. Como digo, no lo conseguía. Podía haberla pisado, pero me contuve. Se me ocurrió que a lo mejor la mosca estaba ya en las últimas y que se iba a morir, y que yo, por primera vez, podría observar la muerte natural de una mosca. Porque, salvo los que trabajan como investigadores en laboratorios, no creo que muchas personas hayan asistido a la muerte natural de una mosca. Yo tenía un libro aquella mañana, y alternaba la lectura de cada frase con la contemplación de la supuesta agonía de la mosca. Digo supuesta porque yo realmente no sabía lo que le pasaba. Puede que estuviera perfectamente, pero que al salir de mi brazo, y como la baldosa del suelo es blanca, a lo mejor no supo calcular y se encontró con las alas sobre el suelo y las patas arriba. Estuvo aleteando, cada cierto tiempo. El sonido del aleteo me garantizaba que aún seguía con vida, así que aprovechaba para leer alguna frase de mi libro. Cuando iba remitiendo el movimiento de sus alas dejaba de leer para observar a la mosca, porque, como digo, creía que estaba asistiendo al trance de la muerte de un insecto: porque a los insectos siempre los matamos aplastándolos o fumigándolos y los que vemos morirse se mueren porque los matamos. Pero sabemos que también se mueren de forma natural, pero nunca los vemos, siempre los encontramos muertos, sin haber asistido a su agonía. De ahí mi curiosidad. Y cuando volvía a aletear, miraba otro poco el libro.

II

Temía no solo que viniera alguien y la pisara y me perdiera verla morir de forma natural. Pensaba en esto cuando apareció una auxiliar del Centro Médico. Venía de la planta superior del edifico, donde están los consultorios, para hacer algo en el mostrador de la recepción, que estaba en la sala de espera. Y me crucé los dedos, temiendo que la afanosa mujer aplastara a la mosca bajo su calzado de goma. Porque la mosca estaba justo en esa área del umbral de la entrada por donde pisamos al entrar o salir. Tampoco quería decirle nada, porque en este tipo de situaciones, cuando quieres avisar a alguien para que tenga cuidado, su “susto” y extrañeza suele llevarle a unos movimientos un tanto bruscos que le hacen estropear aquello que justamente querías preservar. Así que mejor guardar la calma y no decir nada, puede haber suerte y que pase sin pisar a la mosca. Como afortunadamente ocurrió. Entró y su zapato pasó por encima de la mosca y ésta siguió con su brrrrrr, y yo con mi libro.

La mosca siguió dando sus brrrr, pero cada vez eran más lentos y breves y los momentos de silencio más largos, y como los momentos de aleteo, que me garantizaban que aún estaba  vida, eran más cortos, yo leía menos y dedicaba más tiempo a observarla y verificar si aún movía las patitas. La enfermera del Centro Médico que entró a resolver un asunto en el mostrador, se disponía a regresar, pasando por la puerta en la que estaba la mosca, y yo al lado observándola. Y otra vez me quedé quieto. Creo que si le hubiera dicho que no pisara la mosca le habría parecido ridículo. Y esperé a que hubiera tanta suerte como la primera vez. Es costumbre que la gente ande arrastrando los pies. En realidad, no levantan ni posan el pie en el suelo sin arrastrarlo un poco. Con estos pasos, como arrastrando los pies, emprendió la hacendosa el camino de regreso. Y mi corazón empezó a latir un poco fuerte a medida que ella se acercaba a la puerta donde estaba la mosca. Su pie izquierdo se quedó a unos cincuenta centímetros de la mosca.

III

Las personas al andar damos pasos de unos sesenta centímetros, y como aquí arrastramos los pies posiblemente el área libre, aquella que el pie no toca entre un paso y otro, no es superior a cuarenta centímetros. Aún así digo que su pie izquierdo se quedó como a unos cincuenta centímetros de la mosca. Al levantar su pie derecho, miré la trayectoria que llevaba y vi que bien podría pisar al lado de la mosca sin tocarla, así que yo tendría la misma suerte que la vez anterior. Cerré los ojos, y cuando los abrí justo en el momento en que iba a posar dicho pie en el suelo, tuvo un ligero balanceo que hizo que su pie derecho cambiara de trayectoria y fuera a dar de lleno sobre la mosca que estaba aleteando. Al volverlo a levantar sólo había una pequeña mancha de un color entre gris y marrón que se le quedó pegada de la zapatilla para ir desapareciendo con sus pisadas arrastradas e inclementes, dejándome con las ganas de contemplar la muerte natural de una mosca. Una pena.©


Adaptación de una crónica escrita por Amancio Nsé Angüe en:


Visitas del mes pasado a la página

Translate

Traductor
English French German Spain Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified
Quiero esto en mi Blog!

***

Especial: La novela en mil textos

Homenaje a Georges Méliés

Colegio Académico de Buga

Antología de minicuentos contundentes

ESCARABAJO

Revista Antología de amor y desamor: dos textos míos

Revista Salvo el crepúsculo: microrrelatos de mi autoría.

Secretos del cuentista

¿El último adiós?

El selfie del infierno

El corto de terror más corto

El parricida cortometraje