7 de junio de 2013

DE COMPRAS


Pagó el traje, el sombrero, los zapatos y salió de la tienda olvidando la escoba último modelo.©

ALERGIA



Sería su primera “salida a terreno”. Así lo habían decidido sus padres; una mujer se encargaría de todo. Solo que la repentina tos de la modelo, entre globos y serpentinas, reveló la sorpresa. ©

10 sugerencias para elegir títulos


por Alberto Chimal en Taller literario

En un taller reciente me preguntaron por sugerencias para poner títulos a los textos: alguna orientación sobre cómo elegirlos. Tengo varias ideas al respecto y he hecho, en efecto, una lista. Pero antes de la lista vale la pena reproducir el siguiente pasaje, que me parece ejemplar, de Apostillas a El nombre de la rosa (1985), un pequeño ensayo que Umberto Eco escribió para “explicar” aquella novela suya, de título tan intrigante:

El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe llevar un título.

      Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. Es imposible sustraerse a las sugerencias que generan Rojo y negro o Guerra y paz. Los títulos que más respetan al lector son aquellos que se reducen al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, pero incluso esa mención puede constituir una injerencia indebida por parte del autor. Le Pére Goriot centra la atención del lector en la figura del viejo padre, mientras que la novela también es la epopeya de Rastignac o de Vautrin, alias Collin. Quizás habría que ser honestamente deshonestos, como Dumas, porque es evidente que Los tres mosqueteros es, de hecho, la historia del cuarto. Pero son lujos raros, que quizás el autor sólo puede permitirse por distracción.

      Mi novela tenía otro título provisional: La abadía del crimen. Lo descarté porque fija la atención del lector exclusivamente en la intriga policíaca, y podía engañar al infortunado comprador ávido de historias de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado. Mi sueño era titularlo Adso de Melk. Un título muy neutro, porque Adso no pasaba de ser el narrador. Pero nuestros editores aborrecen los nombres propios (…)

      La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia. Así, el lector quedaba con razón desorientado, no podía escoger tal o cual interpretación; y, aunque hubiese captado las posibles lecturas nominalistas del verso final, sólo sería a último momento, después de haber escogido vaya a saber qué otras posibilidades. El título debe confundir las ideas, no regimentarlas.

Eco no dice, porque en el contexto de su ensayo no hace falta, que las ideas que confundirá un título como los que le gustan son las ideas engendradas por el propio texto. Conviene aclararlo porque muchas personas piensan que la única función del título es servir de reclamo, de incitación “a comprar el libro” sin importar lo que realmente diga; por mi parte creo que, incluso sin ignorar el propósito de incitar a la gente a que lea –es lícito a fin de cuentas–, hay bastante más que se puede considerar, incluyendo la posibilidad de que el título, que identifica al texto, le ayude a ser recordado: a sobrevivir a su primera lectura, y no sólo a ser consumido en ella.

      Mi lista tiene que ver con todo esto. Dos advertencias: 1) como todo en esta bitácora, las sugerencias se refieren sobre todo a textos narrativos, y 2) todas las recomendaciones podrían comenzar con las palabras “en general” pues siempre, en cualquier aproximación a una serie de “reglas” de escritura, habrá excepciones.

1. El título puede (e idealmente debería) cumplir al mismo tiempo todos los objetivos que puede tener: en particular, sí es posible que incite interpretaciones sin llegar a forzarlas, que resulte atractivo y que, pasada una primera lectura, sea memorable. Por otra parte, qué tan en equilibrio pueden estar esos tres fines –qué tanto pesa más uno u otro– depende del texto. Un ensayo académico tendrá que ser más formal y seco que uno literario, por ejemplo, pues tendrá que declarar su tema de manera explícita y clara; una novela policiaca que quiera entrar sin muchos problemas en un mercado bien establecido tendrá que ajustar su título a lo que ese mercado espera, lo que probablemente incluirá referencias a armas, crímenes y cosas parecidas. (Una excepción notable es una novela hermosa y terrible de Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos?)

2. Incluso en los proyectos menos ambiciosos, el título es invariablemente una clave de interpretación, como dice Eco, y podrá sugerir ideas, asociaciones, referencias a todo posible lector. Esto es inevitable; por lo tanto, conviene lograr que al menos las referencias más evidentes queden bajo el control de quien escribe y vayan a donde él o ella desea. Un caso ejemplar de una referencia fuera de control –es decir, un ejemplo ridículo– es la novela Dildo Cay de Nelson Hayes, sobre la que puede leerse aquí.

3. Algo más para considerar, por otro lado, es que no todos los sentidos de un título serán captados por todos los posibles lectores. Un título difícil o impenetrable puede ser también muy rico en sugerencias y proponer muchas lecturas pero, si no se tiene cuidado, puede resultar incomprensible para todos salvo unas pocas personas.

4. Los títulos más llamativos en un momento dado no lo son necesariamente siempre. Un título que se refiera a un acontecimiento de actualidad, por ejemplo, puede ser útil mientras ese hecho sigue siendo recordado y comentado, pero más tarde puede resultar no sólo torpe sino indescifrable. (Habrá, claro, quien considere que esto no es un problema si su aspiración es solamente aprovechar una coyuntura, como por ejemplo hacen muchos autores de reportaje político.)

5. Hay que evitar los títulos que se refieran demasiado directamente a una obra previa, pues pueden subordinar el texto nuevo al preexistente y forzarlo a una lectura condicionada o incluso errónea. Un libro que se salva apenas de este problema (y hay quienes creen que no se salva) es Ulises, de James Joyce, que por supuesto hace referencia a la Odisea de Homero pero también se distancia de ese texto de muchas maneras. Varios de los peores títulos que he encontrado, porque además anteceden a textos realmente malos, son los de las parodias más ingenuas: “La verdadera historia de Romeo y Julieta” y otros por el estilo.

6. Sobre todo en un texto narrativo, hay que evitar referencias demasiado explícitas a su argumento, y no sólo para no “vender” el final sino porque lo que cuenta no suele ser qué pasa sino cómo: por ejemplo, el título de la novela El marino que perdió la gracia del mar de Yukio Mishima resulta sugerir, al menos, bastante de lo que sucede en sus páginas, pero desde luego no lo hace de manera directa: es necesario leer para averiguar qué significa exactamente “perder la gracia del mar” y entender hasta dónde es figurado el sentido de la frase.

7. Un truco habitual con los títulos es que el sentido literal esconda, como en el caso anterior, otro más oculto pero más importante. También es común que un solo sentido de un título pueda entenderse de dos o más maneras. (Por ejemplo, el cuento “Los muertos”, también de Joyce, podría referirse a todos los muertos, a ciertos muertos cercanos a los personajes o a algunos personajes vivos que no lo parecen.) Esta también es una estrategia válida, aunque más complicada de lo que parece.

8. No es cierto que los títulos más sencillos y cortos vayan mejor con los textos simples ni, al contrario, que los textos complejos requieran títulos largos, intrincados o con mucho trabajo verbal. Ejemplos: Lolita de Vladimir Nabokov, novela sumamente compleja, y Donde viven los monstruos de Maurice Sendak (es mejor el título original: Where the Wild Things Are, “Donde están las cosas salvajes” o “Dónde están las criaturas salvajes”, porque omite decir directamente la palabra monstruos), un cuento para niños que no pasa de un puñado de oraciones.

9. Hay que evitar los títulos excesivamente abstractos, en especial cuando la abstracción es una imagen poética que intenta explicar o resumir un estado de ánimo o una situación, pues es muy difícil evitar que el título se convierta en una imagen torpe y a la vez opaca, que no diga nada al lector. (Es el mismo problema que tienen muchos textos narrativos cuando no ofrecen un asidero a nada visible, es decir, perceptible u objetivamente real dentro del mundo narrado que proponen.)

10. Para terminar, una propuesta práctica: a la hora de elegir un título, y sobre todo uno para un texto extenso como una novela, sirve probar con varios y no decidirse deprisa por uno solo. Se puede hacer una lista, por ejemplo, partiendo de las alternativas más obvias como la conclusión –velada– de una trama, su incidente central, el nombre del protagonista, el objeto u objetivo central de la acción, y continuar luego con metáforas y otras alternativas más alejadas de lo literal. Un criterio que casi siempre es útil es que el título, por sí mismo, debe ser expresivo, es decir, no sólo sonar buen sino buscar deliberadamente esas asociaciones de las que he escrito, y que van más allá lo obvio.

Esto no es todo lo que hay que decir sobre el tema, por supuesto. Pero quizá pueda servir a alguien.



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