26 de abril de 2014

EL PERDÓN


Condenado por cometer un asesinato Khalil será ejecutado de acuerdo a la ley sharia o del  “camino recto”. Los preparativos tienen lugar entre los altos muros de Bagdad. A Khalil le espera una soga silenciosa para su estrangulamiento. Bajo ella, una butaca soportará el peso del condenado, y un pedazo de lienzo le cubrirá los ojos; entonces unos pesados grilletes lo compensarán por los pies. 

Poco antes de la inevitable ejecución, una sucesión de imágenes infinitas cruzan por la mente del convicto, como si fueran universos paralelos conforme al rigor de la muerte que le aguarda silenciosa. Entre aquellas representaciones pictóricas aparece Khalil quitándole la vida a Yaminah, la favorita del legendario príncipe sarraceno, tras lacerarla con certeza al declinar el sol.

De acuerdo a la ley de la retribución, un natural de la víctima le dará el empujón final al condenado para que la soga termine con su vida tras alcanzar una velocidad de caída capaz de romperle el cuello. Todo está listo, pero una insensata contracción de los labios le produce al reo el más extraño gesto para terminar en un desgarrador grito.

En raudo movimiento la soga se sitúa en la cerviz de Khalil, haciéndole presión a la tráquea y a las arterias que corren afanosas hacia el cerebro del condenado. Tras el sonar limitado del harakat, el verdugo se aproxima con lentitud, mientras la muchedumbre aguarda expectante el brutal espectáculo. Cuando se espera el empujón final, una bofetada al condenado cambia la muerte por la vida, como cuando la flor perenne vuelve a florecer. “Hace tres días, vi a mi hija en un sueño y me dijo que ella estaba bien en un buen lugar, que no nos vengáramos. –le gritó, una mujer de riguroso chador negro. La gloria sea del Misericordioso, el Compasivo”.  ©


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