14 de febrero de 2015

SENTIR LATINO


Aquella tarde del martes 19 de junio de 1990, decidí regresar a casa más temprano bajo el sol abrazador de antes de las doce del día. La temperatura a esa hora  obligaba a dar pasos más cortos, más lentos e indecisos sobre el asfalto. 


Con indecisión llegué a la esquina de la calle 8 con carrera 14. La algarabía y la tensión aumentaban en donde Amaya, un bar de incierta reputación entre las señoras de Buga. Por encima del hombro sudoroso y agrio de un hombre, pude echar un vistazo hacia el interior del establecimiento, reconociendo la escuálida figura de Gerardo Osorio. Tras saludarlo, Osorio haciéndome señas me invitó a acompañarlo, pues no todo tenía que ser trabajo -me dijo después de un apretón de manos-, estallando de risa después. Persuadido por esta razón, accedí a quedarme, mientras en las entradas principales del bar, se aglomeraba más gente necesitada, como nosotros, de poderse agarrar de una esperanza, así fuera la última, porque las bombas, el narcotráfico y la miseria no las estaba arrebatando a todos por igual. Dos tragos sirvieron para un brindis al unísono.
 

Esa misma mañana, una nueva generación de futbolistas colombianos estaba en el Mundial de Italia, sin favoritismo, pero dispuesta a demostrar que en el país había talento y con la obligación de por lo menos empatar con Alemania para avanzar a los octavos de final, como uno de los mejores terceros. Así, entre comentarios y risas,  entre el subir y bajar reflexivo de las esqueléticas manos de Osorio por su mentón, fuimos dejando de lado nuestras afujías, esa extraña combinación de crisis y de angustia, que casi siempre tiene que ver con la subsistencia.


En Buga, el bar es conocido porque es el único que ofrece a sus asiduos parroquianos un trago llamado “Minifalda”, equivalente a un cuarto de caneca de aguardiente reembasado en botellas de cerveza Costeñita. De allí, entre muchos otros de igual calaña, es asiduo Tofiño, un viejo alcohólico por antonomasia y vendedor de lotería. El lotero, al vernos a los dos solicitando una nueva ronda de tragos de ron, no dudó en abordarnos con la particular cortesía de todo versado vendedor y nosotros en tratar de ignorarlo. Gerardo y yo, entre cada sorbo de ron, desaprobábamos las imprecisiones en que incurrían los nuestros en ese afán de crear jugadas vistosas y colectivas de gol. El partido hasta ese momento, resultaba una colección de faltas y pocas opciones de gol. El marcador parcial 0-0 le permitía a los alemanes ser líderes del grupo D, con 5 unidades y a Colombia tercera en la tabla con 3 puntos.

Ya aturdidos y enviados en forma directa a la embriaguez, Tofiñito, con un renovado ímpetu nos ofreció, con manos temblorosas, varios billetes de lotería con la certeza de ser los más seguros ganadores.

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