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El hombre se contuvo. Su enumeración
de veinte pasos había acabado. Se volvió. El pálido maestro de ceremonias dio
la señal y tanto el uno como el otro fueron adelante. Su adversario quiso
detenerse, pero al final, disparó; la bala surcó el viento y estalló en el
vientre del hombre.
—¡Agggh! —rugió aquel, y se arqueó
hacia adelante, hincó su mano en la hoja de papel y tragó saliva—
Aún pueden oírse aquellas imprecaciones en el viejo manuscrito.