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Los dos ejércitos hicieron oír el ruido de sus armas acudiendo presurosos al campo de batalla. Nadie apartaba los ojos de su enemigo. Los timbales y estandartes se veían por doquier. Horas después, las banderas y las espadas estaban por el suelo; la tierra se había tornado estrecha. Los sobrevivientes olvidaron aquel antiguo principio que reza: "Es mejor que el enemigo vea nuestras frentes y no nuestras espaldas".©Guillermo A. Castillo.