Guillermo A. Castillo |
Horas después se acuestan, cada
una por su lado. Primero se sientan, colocan las manos sobre el colchón y se
dejan caer suavemente de lado. Luego, suben los pies y los semi doblan. Ante la incomodidad inicial empiezan a carraspear, pero es inútil porque tan pronto se acuestan ya estoy dormido. Por algunas cosas propias de mi condición, miro en medio de la oscuridad. Algo no me deja ronronear. Es
la desproporción de nuestros humores, unas veces dulzones, otras veces rancios, o en el peor de los casos, letales. Todo depende de dónde me coja gravitando el sueño, si
al lado de la joven o al lado de la vieja o entre las dos.
©Guillermo A. Castillo.