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El beso del ayuntamiento de Doisneau |
En atención a la invitación hecha por Lilian Elphick y la revista virtual Brevilla, envié dos microrrelatos con tal fortuna que fueron seleccionados, dándole mérito a cuanto escribo como resultado de saber mirar o de atisbar a una auténtica flotilla de embarcaciones de todo tipo llamadas realidad. Aquí los textos:
CONTRACTURAS
Sus manos se desplazan de forma
progresiva y extensa sobre los músculos profundos como recurso natural contra
la actividad refleja y el dolor de aquel hombre. Poco a poco, bloquea el
ascenso por la médula espinal de los impulsos dolorosos, en su camino hacia el
cerebro. Al silencio de aquella sala, se suma la música instrumental con
sonidos de agua para favorecer aún más la relajación. El hombre la atrae hacia
su lado queriendo romper con aquel momento de mutismo. Pero de tan esperado
momento, es la joven quien lo saca al hablarle de su soledad, de la
indiferencia siendo síntoma del desamor de su marido, y de cómo con el pasar
del tiempo olvidó que a ella le encantan las flores.
El hombre, no dice nada. Su
silencio podría confundirse con la frialdad, pero en realidad, es un hombre que
tan solo guarda la esperanza que tras sus frases escuchará su señal de
reciprocidad. Entonces él, le declarará todo ayudado por el resplandor de su
mirada. Pero cierra los ojos, siente sus manos ayudadas por el balsámico olor a
naranja en el exacto volumen de su cuerpo. Cuando las envolventes manos de ella
vacía sus músculos de toda rigidez hasta dejarlo exhausto, el hombre abre los
ojos, quiere por fin decirle que con ella está a salvo, que desde hace tiempo
está unido a ella sin tocarla; quiere que su confesión lo descubra todo, pero
la mujer se habituó a todo e incluso a ignorar un inconfeso amor.
©Guillermo Castillo.
PERSPECTIVAS
El hombre la abordó en la
habitación con agilidad felina porque las artes amatorias no sólo obedecen a un
instinto carnal, sino que son una dinámica sexual que permite reflejar miedos,
inseguridades, exigencias y necesidades. Cuando sus manos recorrían su cintura,
la mujer tuvo que apretar los glúteos, elevar la cadera y ondular sus vísceras
para atenuar un intento de disparo rápido. Era la posición del misionero.
Acto seguido con la postura del
perrito, el atacante confirmó que el sometimiento es excitante dentro y fuera
de la cama y, con esa posición, no tenía temor alguno al entrar en contacto con
su lado más animal. Entre tanto, la mujer podría aparentar ser reservada hasta darle
rienda suelta a los impulsos más atrevidos e insospechados al no tener una sola
prenda.
Por la certeza de que la inactividad
es perniciosa, el hombre acogió la postura del vaquero, pues le encanta que su
mujer tenga la firme convicción de pelear por lo que quiere, sin importarle el
qué dirán; además, porque no le agradan las cosas fáciles y le gusta tener en
la mira todo lo que ocurre a su alrededor; a no dejarse imponer la voluntad de
otros y demostrar de qué está hecho y a qué ritmo le gusta hacer las cosas.
Lo que no pudo vislumbrar aquel
hombre, es que el dolor con cualquiera de las posturas, la carne nunca será señal
de obediencia, sino de resistencia y murmuración por sus fantasiosos intentos
mentales de ejecutar cada postura.