6 de octubre de 2018

¿QUIERES SER MI NOVIO?

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Hace años éramos novios. Pero pasados los años muchas cosas cambian.

Lo supe cuando sin darnos cuenta estábamos sentados en las escalinatas del auditorio Saavedra Racines, y la infinidad de canarios y de loros se recogían en las altas copas de los árboles y con sus cantos anunciaban la llegada de la noche. Allí estuvimos atentos a esa algarabía. Después nos fuimos tomados de las manos como años atrás, recorrimos el conocido Camino Real dejando atrás el bullicio de las aves, los guayacanes luciendo flores rosadas, moradas y amarillas; también los semáforos y los carros estacionados. Llegamos a donde teníamos que llegar y entendí que era prudente alejarme, pero me retuvo con su mano.

—¿Quieres que entremos?

Subimos por unas escaleras relucientes, nunca reparé en ellas como ahora. Una habitación: una nevera pequeña, dos sillas, un tocador, dos nocheros y una cama.

De su cartera de mano sacó un papel doblado y me leyó un poema, uno de tantos que le escribí sabiendo lo que queríamos; de los compartimientos secretos de su cartera, salió la fotografía que nos hicimos tomar un día de un mes que yo jamás recordaría.

Sin pensarlo mucho la besé en forma lenta y corta buscando que ella quisiera más respondiendo con la misma pasión. Después vinieron sus nacientes gemidos, y procedí a tocar con seguridad sus pechos generosos. Ella no expresó nada. Entonces la volví a besar para romper la barrera del simple roce y la traje hacia mí al colocar una mano justo en la estrechez de su espalda. Poco antes de aventurarme en sus intimidades se quedó mirándome.

—¿Estás seguro? —me preguntó. —¡Espera, es que...!

—¿No quieres? — dije, en tono de consideración, mientras me detenía.

¡Fue de intenso! Ella, con su mano, retiraba el cabello que ondeaba por su frente, mientras mis manos acometían de nuevo sus caderas. El recuerdo de nuestro amor trajo aquellas vivencias mientras atenuaban las luces para hacerla sentir más cómoda al desvestirse.

Se levantó, caminó desnuda hasta el baño. Regresó después con un aroma agradable siendo parte de aquel ritual donde lo fundamental era seducirnos por igual. Era una bolsa de pañuelos húmedos, se acercó y empezó a limpiar toda disipación de mis genitales con delicadeza. Cerré los ojos y saltó un suspiro.

Atrás se quedaron el poema y la foto de los dos. Minutos después agradecí la esmerada atención y fuimos perseguidos por las luces mortecinas de la calle. Camino a casa, recordé que esa deferencia para conmigo ya me la habían hecho alguna vez. Fue cuando después de mucho trabajar me fui a la cama y mi mujer, cuando sosegaba mis genitales, me miró en silencio y me preguntó: ¿Quieres ser mi novio?

Con los años, las personas cambiamos.©Guillermo A. Castillo

De Alfredo Martirena



http://www.martirena.com

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