Hace años éramos novios. Pero pasados
los años muchas cosas cambian.
Lo supe cuando sin darnos
cuenta estábamos sentados en las escalinatas del auditorio Saavedra Racines, y la
infinidad de canarios y de loros se recogían en las altas copas de los árboles
y con sus cantos anunciaban la llegada de la noche. Allí estuvimos atentos a
esa algarabía. Después nos fuimos tomados de las manos como años atrás, recorrimos
el conocido Camino Real dejando atrás el bullicio de las aves, los guayacanes luciendo
flores rosadas, moradas y amarillas; también los semáforos y los carros
estacionados. Llegamos a donde teníamos que llegar y entendí que era prudente alejarme,
pero me retuvo con su mano.
—¿Quieres que entremos?
Subimos por unas escaleras relucientes,
nunca reparé en ellas como ahora. Una habitación: una nevera pequeña, dos
sillas, un tocador, dos nocheros y una cama.
De su cartera de mano sacó un papel
doblado y me leyó un poema, uno de tantos que le escribí sabiendo lo que queríamos;
de los compartimientos secretos de su cartera, salió la fotografía que nos hicimos
tomar un día de un mes que yo jamás recordaría.
Sin pensarlo mucho la besé en
forma lenta y corta buscando que ella quisiera más respondiendo con la misma pasión.
Después vinieron sus nacientes gemidos, y procedí a tocar con seguridad sus
pechos generosos. Ella no expresó nada. Entonces la volví a besar para romper la
barrera del simple roce y la traje hacia mí al colocar una mano justo en la
estrechez de su espalda. Poco antes de aventurarme en sus intimidades se quedó
mirándome.
—¿Estás seguro? —me preguntó. —¡Espera,
es que...!
—¿No quieres? — dije, en tono
de consideración, mientras me detenía.
¡Fue de intenso! Ella, con su
mano, retiraba el cabello que ondeaba por su frente, mientras mis manos acometían
de nuevo sus caderas. El recuerdo de nuestro amor trajo aquellas vivencias mientras
atenuaban las luces para hacerla sentir más cómoda al desvestirse.
Se levantó, caminó desnuda
hasta el baño. Regresó después con un aroma agradable siendo parte de aquel
ritual donde lo fundamental era seducirnos por igual. Era una bolsa de pañuelos
húmedos, se acercó y empezó a limpiar toda disipación de mis genitales con
delicadeza. Cerré los ojos y saltó un suspiro.
Atrás se quedaron el poema y la
foto de los dos. Minutos después agradecí la esmerada atención y fuimos perseguidos
por las luces mortecinas de la calle. Camino a casa, recordé que esa deferencia
para conmigo ya me la habían hecho alguna vez. Fue cuando después de mucho trabajar
me fui a la cama y mi mujer, cuando sosegaba mis genitales, me miró en silencio
y me preguntó: ¿Quieres ser mi novio?
Con los años, las personas cambiamos.©Guillermo A. Castillo
Estupendo texto. La recreación, quién sabe si perfecta en un primer encuentro. Me ha encantado cómo el escenario, de aves y follaje, o de ruidos de la calle están tan marcados, mucho más que unpoema ya marchito y una foto con las dobleces del tiempo.
ResponderBorrarPrecioso, amoroso texto. Un abrazo grande
¿Sabes? Todo eso que dices como consecuencia de desempolvar aquellos días de cuando...
ResponderBorrarMuchas gracias, Mary. No podía esperar menos. Otro abrazo grande te busca.
Las personas siempre hacen eso de cambiar con el tiempo... Nunca entenderé el por qué.
ResponderBorrarSaludos,
J.
En efecto, la costumbre o el desamor; ambos tal vez.
ResponderBorrarSaludos, amigo.
Cuando se convierte en rutina, el encanto desaparece.
ResponderBorrarUn saludo.
Así es Alfred, la rutina hace menos interesante.
ResponderBorrarUn saludo.
me encanta la rutina de la vida
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