28 de octubre de 2017

YO LE AYUDO MUJER

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Por lo que le toca a mi vida en general, estaré pensando
que a pesar de sus vicisitudes, mi vida no ha dejado
de tener sus aspectos risibles.
Peter Medawar

No recuerdo la cara de mi mujer y la de mi madre, aunque sí sus miradas terribles, cuando tuve que bajar la cabeza el día que les anuncié que me había quedado sin trabajo como maestro. Tampoco he podido olvidar las caritas de mis hijos cuando les mostré la carta que me hicieron llegar, previa firma de recibido, anunciando la terminación del "contratico" y en donde me agradecían por los servicios prestados a la comunidad. Pero más sorprendidos quedaron ellos cuando observaron, con unos ojotes que solo ellos ponen, que quien firmaba la carta había escrito su nombre en un intento por hacer de la escritura de nombres su propio registro civil y su propia norma ortográfica: Reveka Ortíz.

Llevaba cinco años intentado coger experiencia en la carrera docente, cuando un amigo me pidió un sábado, que como yo tenía facilidad y me encontraba cursando último semestre, lo fuera a reemplazar un lunes al Colegio Comercial. Desde entonces, tuve cualquier cantidad de contratos a término fijo. En unos colegios me pagaron con puntualidad el menguado salario; en otros, no me pagaron. Recuerdo que un maestro jubilado, puesto de monigote por los dueños de un colegio de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando le fui a cobrar quiso tirarme unos arrugados billetes que tenía guardados en su bolsillo, pero se arrepintió al advertir que detrás de mí estaban dos policías. Los gritos y broncas de los estudiantes presentes ese de día de anormalidad académica no se hizo esperar. De seguro que ese fue el único día en que aquel infame fue rector de un colegio.

Pero eso no es todo, una vez y por una incomprensible decisión de un burgomaestre, nos quedamos muchos maestros casi un año sin trabajar. Un día, el Alcalde en persona nos mandó a decir con su secretario que nos reuniéramos con él. Y así fue: como cosa rara nos invitaron a entrar por la puerta de acceso contigua a la Plaza de Santo Domingo. Minutos después el burgomaestre nos habló desde el segundo pido de la centenaria edificación. Como si fuera hoy, recuerdo que en su discurso se mostró Zuluaga extrañado por el no pago de nuestros salarios. Fue algo así como el famoso “Apenas me entero”. Pero sabe, más por protagonismo, claro que hoy lo llaman gestión, a todo pulmón hizo a llamar al secretario de hacienda, a quien de forma cínica le exigió que gestionará ante Bogotá o ante quien fuera necesario el pago de por lo menos un mes de sueldo. ¡Pero vaya hombre! ¡Corra Tascón!, le gritó dándole una sutil patadita de la suerte al contador, quién como si nada, salió muerto de la risa. Un año me pasé creyendo en la promesa de que nos iban a pagar y de que seríamos llamados de nuevo para desempeñarnos como maestros.

¡Carajo, lo que hacen los politiqueros con la necesidad de la gente necesitada!, decían mi mujer y mi mamá, viéndome escondido detrás de la puerta cuando Sara, la hija de la dueña de la casa donde vivíamos, iba a cobrar el alquiler. ¡Ah!, pero un día me cansé de eso, y le hablé con toda honestidad del asunto. Pues no solo me había quedado sin trabajo, sino que me debían. En eso el Municipio se lavó las manos con quienes nos quedamos sin trabajo, al asignarle a un tercero aquella contratación y la administración de los recursos que le llegaban del Ministerio. Mire usted, que a causa de esa genialidad tampoco nos pagaron la sagrada seguridad social. ¿Sabe qué hicieron los administradores de la educación? Nos declararon ciudadanos extranjeros para no verse obligados a tener que depositar los dineros pendientes por concepto de la pensión. Compadre, ¿se puede usted imaginar a este negro con cara de sefardita y de ojos verdes en el país más educado? Sí, fresco, ríase no más. Pero volviendo al cuento, seguro que usted se preguntará qué fue lo que en últimas, me pasó en medio de tanta penuria por culpa del desempleo. Pues nada. ¿Qué cómo así? Pues como se lo estoy diciendo compadre. Durante ese tiempo, comí gratis, gracias al trabajo que tenía mi mamá y a la comprensión y a la paciencia que me tuvo mi mujer al verme que ya ni salía de la casa por causa de los acreedores. En el caso de la dueña de casa unas veces iba a cobrarme; otras veces ante tanta negativa mía, me cobraba la hija. La ventaja, si es que eso se llama así, es que cuando los contratistas de aquella ONG se acordaban de dar sí, antes de pensar en ellos y nos “pagaban” parte de la deuda, yo de inmediato, llamaba a Sara y le pagaba hasta dos meses de arriendo. Por eso, ellas se daban cuenta que no era la mala fe la que me impedía pagarles oportunamente, sino que era la entidad contratante la que nos incumplía. Así resistimos, aunque fuera con una sola comida para todo el día como había decido mi mujer.

Pero en medio de todo, compadre, entre la promesa de ser reenganchado como maestro, y la ayuda de mis mujeres, pude ir saliendo de la situación que por primera vez me sucedía: verme como un mantenido, según decía una querida prima mía. Por parte de mi mujer, ya le dije, compadrito, comprensión y apoyo; por parte de mi madre, ayuda incondicional.  Hasta que un día me sentí indignado cuando mi mujer, pese a que todo el mundo sabía la situación por la que pasábamos casi ochenta y cinco maestros, pero como le dije compadre, siempre con ánimo de ayudarme, le contó al padre Albán, párroco de la iglesia del barrio mi situación personal y familiar. Fue cuando el cura, sin pensarlo dos veces, me mandó a decir que si yo quería, me ayudaba a vincularme al colegio diocesano de la ciudad, de la cual era capellán. Mi mujercita muy feliz por la noticia, entre tropezones y casi asfixiada como pudo regresó a casa anunciando la buena nueva: ¡Mijo, te tengo buenas noticias! Pero escuche compadre, una cosa es la necesidad y otra es el chantaje y la intolerancia ante la libre determinación. El muy indigno ese, ¿sabe qué me mando a decir?: que el trabajo lo tenía asegurado en el colegio de los Redentoristas siempre y cuando me casara primero.



VAMOS A VÉ PA' VÉ


Como para aprender es necesario desaprender, no dudé un instante en solicitar por la red este manual  práctico del escritor Manu Espada, quien nos comparte sus secretos para ayudar a adentrarnos aún más en el cuarto género narrativo: el microrrelato, según dice la ensayista Irene Andres-Suárez.

Pues bien aquí lo tengo para afinar y pulir la escritura de cuanto la calle, la imaginación y  la palabra me permitan hacer en contexto.

Gracias Manu. 

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