que
a pesar de sus vicisitudes, mi vida no ha dejado
de
tener sus aspectos risibles.
Peter
Medawar
No recuerdo la cara de mi
mujer y la de mi madre, aunque sí sus miradas terribles, cuando tuve que bajar
la cabeza el día que les anuncié que me había quedado sin trabajo como maestro. Tampoco he podido olvidar las caritas de mis hijos cuando les
mostré la carta que me hicieron llegar, previa firma de recibido, anunciando la
terminación del "contratico" y en donde me agradecían por los servicios prestados
a la comunidad. Pero más sorprendidos quedaron ellos cuando observaron, con
unos ojotes que solo ellos ponen, que quien firmaba la carta había escrito su nombre
en un intento por hacer de la escritura de nombres su propio registro civil y
su propia norma ortográfica: Reveka Ortíz.
Llevaba cinco años intentado coger
experiencia en la carrera docente, cuando un amigo me pidió un sábado, que como
yo tenía facilidad y me encontraba cursando último semestre, lo fuera a
reemplazar un lunes al Colegio Comercial. Desde entonces, tuve cualquier
cantidad de contratos a término fijo. En unos colegios me pagaron con
puntualidad el menguado salario; en otros, no me pagaron. Recuerdo
que un maestro jubilado, puesto de monigote por los dueños de un colegio de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando le fui a cobrar quiso tirarme unos arrugados billetes que
tenía guardados en su bolsillo, pero se arrepintió al advertir que detrás de mí
estaban dos policías. Los gritos y broncas de los estudiantes presentes ese de
día de anormalidad académica no se hizo esperar. De seguro que ese fue el único
día en que aquel infame fue rector de un colegio.
Pero eso no es todo, una vez y por una incomprensible
decisión de un burgomaestre, nos quedamos muchos maestros casi un año
sin trabajar. Un día, el Alcalde en persona nos mandó a
decir con su secretario que nos reuniéramos con él. Y así fue: como cosa rara
nos invitaron a entrar por la puerta de acceso contigua a la Plaza de Santo
Domingo. Minutos después el burgomaestre nos habló desde el segundo pido de la
centenaria edificación. Como si fuera hoy, recuerdo que en su discurso se
mostró Zuluaga extrañado por el no pago de nuestros salarios. Fue algo así como
el famoso “Apenas me entero”. Pero sabe, más por protagonismo, claro que hoy lo
llaman gestión, a todo pulmón hizo a llamar al secretario de hacienda, a quien
de forma cínica le exigió que gestionará ante Bogotá o ante quien fuera
necesario el pago de por lo menos un mes de sueldo. ¡Pero vaya hombre! ¡Corra
Tascón!, le gritó dándole una sutil patadita de la suerte al contador, quién
como si nada, salió muerto de la risa. Un año me pasé creyendo en la promesa de que nos iban a pagar y de que seríamos llamados de nuevo para desempeñarnos como maestros.
¡Carajo, lo que hacen los politiqueros
con la necesidad de la gente necesitada!, decían mi mujer y mi mamá, viéndome
escondido detrás de la puerta cuando Sara, la hija de la dueña de la casa donde
vivíamos, iba a cobrar el alquiler. ¡Ah!, pero un día me cansé de eso, y le
hablé con toda honestidad del asunto. Pues no solo me había quedado sin
trabajo, sino que me debían. En eso el Municipio se lavó las manos con quienes
nos quedamos sin trabajo, al asignarle a un tercero aquella contratación y la administración
de los recursos que le llegaban del Ministerio. Mire usted, que a causa de esa
genialidad tampoco nos pagaron la sagrada seguridad social. ¿Sabe qué hicieron
los administradores de la educación? Nos declararon ciudadanos extranjeros para
no verse obligados a tener que depositar los dineros pendientes por concepto de
la pensión. Compadre, ¿se puede usted imaginar a este negro con cara de
sefardita y de ojos verdes en el país más educado? Sí, fresco, ríase no más. Pero
volviendo al cuento, seguro que usted se preguntará qué fue lo que en últimas,
me pasó en medio de tanta penuria por culpa del desempleo. Pues nada. ¿Qué cómo
así? Pues como se lo estoy diciendo compadre. Durante ese tiempo, comí gratis,
gracias al trabajo que tenía mi mamá y a la comprensión y a la paciencia que me
tuvo mi mujer al verme que ya ni salía de la casa por causa de los acreedores.
En el caso de la dueña de casa unas veces iba a cobrarme; otras veces ante
tanta negativa mía, me cobraba la hija. La ventaja, si es que eso se llama
así, es que cuando los contratistas de aquella ONG se acordaban de dar sí,
antes de pensar en ellos y nos “pagaban” parte de la deuda, yo de inmediato,
llamaba a Sara y le pagaba hasta dos meses de arriendo. Por eso, ellas se daban
cuenta que no era la mala fe la que me impedía pagarles oportunamente, sino que
era la entidad contratante la que nos incumplía. Así resistimos, aunque fuera
con una sola comida para todo el día como había decido mi mujer.
Pero en medio de todo,
compadre, entre la promesa de ser reenganchado como maestro, y la ayuda de mis
mujeres, pude ir saliendo de la situación que por primera vez me sucedía: verme
como un mantenido, según decía una querida prima mía. Por parte de mi mujer, ya
le dije, compadrito, comprensión y apoyo; por parte de mi madre, ayuda
incondicional. Hasta que un día me sentí
indignado cuando mi mujer, pese a que todo el mundo sabía la situación por la
que pasábamos casi ochenta y cinco maestros, pero como le dije compadre, siempre
con ánimo de ayudarme, le contó al padre Albán, párroco de la iglesia del
barrio mi situación personal y familiar. Fue cuando el cura, sin pensarlo dos
veces, me mandó a decir que si yo quería, me ayudaba a vincularme al colegio
diocesano de la ciudad, de la cual era capellán. Mi mujercita muy feliz por la
noticia, entre tropezones y casi asfixiada como pudo regresó a casa anunciando
la buena nueva: ¡Mijo, te tengo buenas noticias! Pero escuche compadre, una
cosa es la necesidad y otra es el chantaje y la intolerancia ante la libre
determinación. El muy indigno ese, ¿sabe qué me mando a decir?: que el trabajo
lo tenía asegurado en el colegio de los Redentoristas siempre y cuando me
casara primero.
Muy bueno. Arremetes con la situación de unos docentes, con contratos imprecisos y cortos, hasta mal pagados, con la realidad de sentirse un mantenido, para abrir la esperanza de un contrato - chantaje.
ResponderBorrarMe ha encantado. Un abrazo
Esa es una escueta radiografía de nosotros los maestros en Colombia.
BorrarUn abrazo.
Muy bueno
ResponderBorrarAbrazos
Gracias don Chaly. Abrazos van.
Borrar