Abrí los ojos y me encontré de frente con la intensa luz atravesando la persiana. Desde la calle venía un sólo aliento melódico de rap: "Paso yo mismo y me veo sentado, mirando la gente que pasa a mi lado". Así fui recobrando los primeros sonidos matinales, porque el trabajo me impuso la costumbre de salir tarde en la noche para recibir con rapidez la madrugada siguiente en medio de una bruma irreal para mis sentidos.
Casi dormido, fui hasta la ventana y mis ojos asumieron la ilusión de ver unos niños desharrapados hollando en un celemín de polvo sobre la cinta asfáltica. Juegan con las arenas del tiempo, pensé, ignorando que algún día se desvanecerán en el aire como desdibujadas siluetas. Pensaba en eso, cuando desde el mundo de las sombras y las ausencias, llegó el sonido estridente del teléfono, quien se apresuró en apartarme de aquellos juicios producto de la terca realidad. Una voz entrecortada, fue suficiente para comprender que toda mentira es cruel cuando se dice con la fuerza indescriptible de toda confabulación.
Esa conjura tiene nombre propio: El fachas. Estaba allí sentado en la otra acera, viendo pasar al bullicioso grupo. El misterio de la vida, pienso en voz alta, siempre que miro este tipo de cosas, me pregunto en qué piensan los hombres cuando fijan sus pensamientos en situaciones como esa y si hay algo qué entender de ellas. Sí, ya sé, las cosas no tienen significado alguno, sino existencia, porque por más vulgares y ordinarias que puedan parecer, son el único sentido oculto de las cosas, por lo que son y por lo que hay que entender de ellas.
Pero es en el agua estancada donde se forja la luna. La calle a esa hora, bajo la luna solar, ya se insinúa ardiente y deshabitada. Hay una sensación extraña en el ambiente, lo presiento; es como de extravío, de persistencia en esos modales. El maldito me conocía bien, pues me permitió siempre el abuso. Sus ojos de fuego miraban, mientras se acicalaba su cenicienta barba.
Tal vez deba explicarme ahora, me pedirás, lector. Para justificarlo todo, diré que todo empezó cuando le robé a su Diosa. Ella era el vuelo de sus propias alas. Sí, le quité el beso permanente de sus labios. Fue el fin que precedió al comienzo. Todas sus palabras, en un sólo esfuerzo, se convirtieron en amenazas.
Hace algunos años, yo, un solitario perpetuo, conocí como un niño que nunca espera un adiós, la comunión con otro ser. Me enamoré de ella y por eso, él está ahora acechando. ¿Será, acaso, que el amor nos hace vulnerables? ¿Será que el amor tiene forma y color?
En todo caso, en la desembocadura de la sangre brota inevitable la sangre. La sangre llama a la sangre y aquí estamos los dos frente a frente. De la multitud sólo concurrimos nosotros. Ella se marchó, nos dejó a los dos.
Tal vez deba explicarme ahora, me pedirás, lector. Para justificarlo todo, diré que todo empezó cuando le robé a su Diosa. Ella era el vuelo de sus propias alas. Sí, le quité el beso permanente de sus labios. Fue el fin que precedió al comienzo. Todas sus palabras, en un sólo esfuerzo, se convirtieron en amenazas.
Hace algunos años, yo, un solitario perpetuo, conocí como un niño que nunca espera un adiós, la comunión con otro ser. Me enamoré de ella y por eso, él está ahora acechando. ¿Será, acaso, que el amor nos hace vulnerables? ¿Será que el amor tiene forma y color?
En todo caso, en la desembocadura de la sangre brota inevitable la sangre. La sangre llama a la sangre y aquí estamos los dos frente a frente. De la multitud sólo concurrimos nosotros. Ella se marchó, nos dejó a los dos.
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