22 de junio de 2008

EL “NOVÍSIMO” GÉNERO LLAMADO MINICUENTO

             

El escritor colombiano Harold Kremer da pautas sobre un género literario que ha sido considerado menor, sin embargo, esta opinión está muy lejos de la realidad. Hay minicuentos memorables. 

Su elaboración es todo un reto para el escritor, que debe contar una historia redonda en muy pocas líneas y ahí está el arte para saberlo decir e impactar desde el principio.

El minicuento retoma el símbolo y la metáfora y en él es clave la participación del lector. Esta es una mirada a un género maravilloso que puede tener múltiples desarrollos.

Harold Kremer es un conocedor como pocos en Colombia del tema, pues desde hace años realiza una revista, la única en Latinoamérica, dedicada al minicuento. Ha publicado, además, libros que son antologías nacionales e internacionales y que posibilitan acercarse con detalle a los nombres, títulos, historias, que hacen parte de este universo rico que se renueva cada día y que en Colombia cada vez llama a más escritores. 

Un artículo que también puede sembrar polémica. Algunos pensarán que son otras las características del minicuento. Aquí va. 

El relato que en Colombia llamamos minicuento, en México se llama cuento brevísimo o cuento ultracorto, en Argentina minificción, en Estados Unidos relato súbito, en Chile microcuento, en España micro-relato y en Venezuela lo llaman, simplemente, cuento breve o cuento corto. Otros lo llaman “relato enano”, “textículo”, “microficción”, “cuentos en miniatura”, “cuentos brevísimos” y muchos otros calificativos que coinciden en señalar su principal esencia: la brevedad.

Estos diferentes nombres, incluso en una misma lengua, nos hablan de un género cuyos orígenes se remontan al Lejano Oriente, pero que se popularizó en Hispanoamérica en el siglo XX, y que sólo a finales del mismo logró un espacio propio, aún en construcción. Alabado por unos y despreciado por otros, el minicuento es considerado la “summa” de la literatura y, al tiempo, un género menor, poco serio y de fácil elaboración.

A lo largo de los siglos, el minicuento ha aparecido en cosmogonías, novelas, libros de ensayos y de entrevistas. Hesíodo, François Rabelais, Pedro de Alarcón, William Faulkner, Virginia Woolf, Graham Greene, Jorge Amado y muchos otros, sin proponérselo, incursionaron en este género que, agazapado, esperaba nuevas épocas para su reconocimiento.

En Hispanoamérica su precursor es Rubén Darío. En Colombia, en 1903, en el libro Notas humanas, el antioqueño Alfonso Castro, publica una serie de nueve pequeños cuadros, nueve textos cortos que, según nuestro criterio, son los primeros minicuentos que se publican en Suramérica. Luego vendrá, en 1917, el mexicano Julio Torri; en 1926 el colombiano Luis Vidales, con su incomprendido libro de minicuentos Suenan timbres, y en 1927 el chileno Vicente Huidobro, sin olvidar que el primer gran cuentista colombiano, don Efe Gómez, publicó en la revista Cirino, en 1921, un minicuento titulado “El gallo”. Luego en los años cincuenta y sesenta algunos escritores como Adel López Gómez, Jorge Zalamea, Cepeda Zamudio, Jorge Gaitán Durán y Manuel Mejía Vallejo publican algunos cuentos que bien caben en este género.

El minicuento es cercano al cuento y la poesía. Del primero toma la brevedad, tensión, armonía y la dedicación a un sólo asunto o tema. Esta brevedad que implica necesariamente la totalidad de una forma narrativa del relato, y en la que también está presente un lenguaje preciso, sin ripios, es llamada modernamente minimalismo y consiste en que el minicuento “debe ser capaz de expresar, a través de lo mínimo, la infinita complejidad del ser humano”.

De la poesía retoma el símbolo, la imagen, la metáfora, y es más cercano al haikú que a la poesía clásica porque su propósito es buscar el “instante inconmensurable” que acontece como revelación y cuya sustancia es el asombro.

El minicuento, para acercarse a su naturaleza minimalista, debe apoyarse en elementos implícitos más que explícitos, para disparar evocaciones e imágenes comunes a todos los seres humanos. Es decir: el lector es obligado a participar en la construcción de la historia utilizando, muchas veces, sus propias vivencias. Y todo esto porque el minicuento es comprimido (acaso una página o página y media, a doble espacio) y debe desplegar todos los recursos posibles para lograr imágenes y situaciones precisas.

Un minicuento, como cualquier cuento, debe permitir el levantar su historia, desde el acontecimiento más antiguo hasta el más reciente. Si el nivel de la historia cojea, el relato también cojeará porque un cuento literario es sobre todo una historia donde el narrador despliega, en el nivel del relato, decisiones narrativas de cómo contarla. 

Por esa razón si un minicuento carece de historia no es un minicuento; puede ser otra cosa, quizás un poema, una divagación, un apunte, una imagen, una reflexión o esbozos existenciales. Para ilustrar todo lo anterior traigo a colación el siguiente minicuento: 

Reencuentro

La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y cuando ella se apeó del bus él hizo lo mismo. La siguió a corta pero discreta distancia, y luego de algunas cuadras la mujer se volvió. Sostenía con mano firme una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en un sueño y descubrió en sus ojos la venganza. 

–Todo fue un sueño –le dijo–. En un sueño nada tiene importancia.
–Depende de quién sueñe –dijo la mujer–. Este también es un sueño. 

Luis Fayad (Colombia)

Historia

1. Leoncio sueña que ultraja a una mujer.
2. La mujer sueña que se encuentra a Leoncio en un bus y hace que lo siga.
3. La mujer, con una pistola, lo enfrenta.
4. Leoncio reconoce a la mujer y le dice que en un sueño nada tiene importancia.
5. La mujer anuncia que este es su sueño.

El minicuento se alimenta de todos los géneros literarios y no literarios posibles. Puede ser escrito como una carta, como un ensayo, como una fábula, como una sentencia, como un poema, como manuales de instrucciones, como una simple lista o enumeración, como una noticia periodística, como un mito, como una definición de un diccionario, como un diario, etc., etc., pero sólo lo reconocemos, como se señala antes, si podemos levantarle una historia cerrada, precisa, coherente.

Así mismo su temática es variada: puede hablar de sueños, paradojas, sátiras, humor; recrear y adaptar mitos o inventarlos; retoma pasajes de la literatura, de la historia, cosmogonías y biografías; concibe zoologías y biologías fantásticas; se alimenta de la tradición oral, y habla, claro está, de todas las pasiones humanas: el amor, la traición, la ambición, la guerra, la dignidad, el duelo, el conocimiento, en fin, de todos los temas que abarquen nuestra imaginación.

Del minicuento sólo sabemos que en él “no cabe ni el chiste ni las divagaciones: debe ser de gran pulcritud en el lenguaje, preciso en sus imágenes, ajeno a los decorados. El minicuento apunta hacia la evocación de un mundo subyacente que cuestiona al lector, lo obliga a múltiples lecturas y le revela situaciones extrañas, imprevistas o cotidianas”.

En Colombia su origen, como género, es reciente. En 1980 apareció en Cali, Ekuóreo, revista de minicuentos, considerada la primera en Hispanoamérica dedicada exclusivamente a la difusión de este género. Con Ekuóreo pretendimos no sólo la difusión, sino la formación de narradores empeñados en su escritura. Por esa razón intentamos, desde minicuentos clásicos, mostrar las reglas de juego de ese hijo olvidado de la literatura. 

Esta tarea utópica logró que un puñado de escritores consideraran esta posibilidad: Evelio José Rosero, Triunfo Arciniegas, Juan Carlos Moyano, Gabriel Jaime Alzate, Jaime Vélez, Leopoldo Berdella, Javier Tafur, Rubén Vélez y tantos otros, crecieron con la revista.

Entre los amigos cercanos que nos facilitaron sus textos, redescubriendo su importancia y valor, estuvieron Manuel Mejía Vallejo, Fanny Buitrago, Mario Escobar Velásquez, Elkin Restrepo, Jotamario Arbeláez, William Ospina, Jairo Aníbal Niño, Héctor Rojas Erazo y Luis Fayad.

Últimamente el minicuento en Colombia se ha acercado hacia una tendencia realista logrando mostrar momentos reveladores, de gran tensión, momentos comprimidos que señalan desde lo cotidiano la historia reciente del país. 

Harold Kremer 

Nació en Buga, Valle, en 1955. Cuentista y cronista, dirige la revista Ekuóreo, dedicada al minicuento. También es autor de las antologías del cuento vallecaucano, del minicuento y del cuento colombiano. Ha ganado el Premio Nacional de Cuento de la Universidad de Medellín, el Premio Casa de la Cultura de San Andrés y el X Concurso del Cuento Breve del Municipio de Samaná, y publicado los libros de cuentos La noche más larga, Rumor de mar, El prisionero de papá, La cajita cuadrada, El combate y El enano más fuerte del mundo. Tiene una novela inédita. Es profesor universitario y dirige talleres de cuento y de crónica.

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