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Contar es comunicación.
Contar con todos es ser en la comunicación con los otros. Ser como uno es con uno mismo, compartir lo mejor de uno mismo.
Contar es acto de amor colectivo.
Decían ya hace siglos los primeros: Lo más importante es ser.
Y esa sola palabra define el sentido de la vida. Tal es su verdad. Tal es su fuerza.
Y qué difícil es ser. Qué batalla contra nuestros propios temores, contra nuestras propias barreras, contra nuestras incapacidades. Y contra los errores, prejuicios, fronteras y miedos de los otros.
Tan difícil como ser, resulta el darse a cada momento como uno es.
Cuánto dejamos de compartir por no ser capaces de decir: Así somos.
Cuánto dejamos de compartir por no arriesgarnos al rechazo o a la incomunicación. Cuando la mayor incomunicación es la de no mostrarnos tal como somos, la de no saber si podemos reconocernos en quien nos acompaña; e incluso, la de no exigir ser aceptados como somos y a la vez aceptar a los demás como son -siempre que su modo de ser no signifique estar en las filas de la reacción y la muerte.
Todo acto de amor es limpia vida. Toda comunicación amorosa reafirma el universo.
Cómo se puede creer en el acto de contar, si uno no cree en el ser humano.
Cómo se puede creer en el ser humano, si no se cree primero en uno mismo. Si uno no se fortalece en su relación con los otros y si uno no es capaz de encontrar entre los otros la generosidad y la confianza, el amor y la entrega, que, desde uno, se reconoce en aquellos que en idéntica reafirmación y búsqueda, construyen. No en estado de gracia, sino en toma de conciencia. No en la perfección del espejismo, sino en la imperfección que lucha por ser mejor y por mejorar, humilde pero esforzadamente, el mundo.
Me duele la desconfianza porque muchas veces es inseguridad de quienes me rodean. O desconocimiento. Me entristece el egoísmo, y la mezquindad, porque muchas veces son desgarramiento y sobrevivencia en quienes los proyectan.
No conozco casi otro sentimiento tan terrible como la conmiseración. Y sin embargo, a veces para no odiar, para comprender, para tocar fondo, termino siendo conmiserativo. Sobre todo si creo que existe una mínima esperanza de transformación en ese ser humano que me despierta conmiseración. Hablo de los que crecen menos, de los que necesitan ascender hacia la verdad, que es vida compartida y es batalla por crear desde el amor. Por contar desde el amor.
Somos responsables por todo.
La narración oral es transparente.
Palabras de Francisco Garzón Céspedes, de 1981, reescritas en 1990, y leídas en la Inauguración del Cuarto Encuentro Teórico Iberoamericano de Narración Oral Escénica, España, 1992.
¿A DÓNDE IRÁS NARRACIÓN ORAL?
El acto de narrar oralmente, o de tener la facultad de decir de manera armónica y sugestiva, utilizando la voz, ha sido y es factor de acumulación de poder por parte de quienes están dotados de la gracia o don de la palabra, porque son más los que oyen que los que leen, no por voluntad sino por razones de conocimiento y de oportunidades.
Usamos la expresión oral para contar lo que otros no recuerdan, o no saben, convirtiéndonos en excepcionales seres sociales por poseer la memoria de los acontecimientos de nuestro entorno, y el conocimiento; y empleamos la expresión oral, también, para retener al oyente y esculcar sin prisa sus ignorancias, sus pasiones, sus ilusiones, sus miedos, sus vergüenzas, etc., bien sea utilizando el discurso político directo, o el relato, que es un discurso político encubierto.
¿A qué juega, ahora, la narración oral? Es la primera pregunta que me hice cuando tomé la decisión de escribir estos apuntes, como un aporte al análisis del camino que está tomando la narración oral en la época contemporánea.
Existen quienes argumentan que la narración oral es un acto escénico, y afirman, además, que como tal ha sido recién inventado. También están los que insisten en que la narración oral es un acto de transmisión cultural o vehículo de comunicación, y convencidos de ello crean teorías que justifiquen la permanencia de dicha función para evitar la pérdida de la memoria histórica, e inventan procedimientos con los que esperan ayudar a impedir que se pierda totalmente el valor social de la palabra. Están igualmente los que afirman que la narración oral es un acto de comunión entre el narrador y el auditorio, y se dedican a indagar sobre métodos de interiorización que hagan que dicho acto sea cada vez más espiritualizador, como si con ello estuviesen inventando una nueva secta religiosa. En fin; aparecen también los que aseguran que la narración oral es un acto libre y espontáneo que suele ser practicado, sin programación previa, por quienes disponen aún de tiempo para convertir la palabra hablada, en todo momento, en punto de partida de comunicación y entretenimiento. Quienes esto dicen, sostienen que el narrador oral está en la naturaleza del individuo, y que sólo requiere de un simple estímulo para manifestarse.
¿Cuánta razón hay en cada uno de estos postulados? Veamos:
Podemos afirmar que la narración oral es un espectáculo recientemente puesto en escena, si nos negamos a aceptar que todo ser humano, cuando habla hace una puesta en escena de lo que dice, y si desconocemos el valor escénico de juglares y payadores, o si nos da por creer que lo único escénico es aquello que sube al escenario de la sala de espectáculos. La narración oral trasmite cultura, y es al mismo tiempo un mecanismo de ajuste social, porque una de sus funciones esenciales consiste en mantener el hilo conductor de una ideología, razón por la cual en todo relato existe una multiintencionalidad que se va modulando de común acuerdo con las necesidades de cada época. Y es comunión toda vez que quien narra con fluidez y despierta sorpresas, consigue internarse en la atención del oyente, hasta descubrir esas emociones fundamentales que hacen que todo ser se exprese en lo social, para cumplir con la función anterior de adaptabilidad y manipulación. Y claro, es un acto espontáneo, porque no se aprende a contar, y porque contar resulta, en la mayoría de las ocasiones, un acto muy personal, aunque se aprendan ciertos comportamientos, o técnicas, como quieran llamarlo, para ejercitar mientras se cuenta, con el fin de hacer más entretenido el ejercicio. Es decir, para darle visualidad al acto de narrar.
Podemos preguntar, ¿qué es la narración oral?, o mejor, ¿A qué juega la narración oral? ¿Será que la narración oral está jugando a preservar el valor social que tiene la palabra hablada, para contribuir de esa manera con el sostenimiento de la memoria colectiva como materia prima para alimentar la manufactura de la historia? ¿O estará jugando la narración oral a recuperar un espacio de identidad que nos permita mantener el hilo de la conversación conectado con nuestra circunstancia pasada, como un ejercicio para replantear el presente y presentir el futuro?, ¿o será un pretexto para distraer al público?, ¿o, simplemente una nueva forma de ganarnos la vida?, ¿o la mejor manera de hacer algo cuando ya nos parece que no tenemos nada qué hacer, es decir, una forma de evitar el aburrimiento? Todo ejercicio humano en el que se halle involucrada la palabra oral merece preguntas de esta naturaleza, porque en él se juega el pasado, el presente y el futuro de una sociedad.
Creo que el acto de narrar oralmente siempre ha tenido un poco de cada uno de estos ingredientes, porque cada vez que conversamos aprendemos más las cosas y a definir las situaciones que nombran las palabras que venimos repitiendo a lo largo y ancho de la vida; porque cada vez que comentamos un suceso afirmamos la conciencia de nuestra pertenencia a un entorno social determinado; porque cuando nos referimos a un hecho vivido estamos reconstruyendo retazos de la historia cotidiana, aunque ésta no ha sido nunca entrañable amiga de la oficial; porque cuando empleamos el chascarrillo y el chiste, sin hacer mayores esfuerzos obligamos al auditorio a ser condescendiente y a no exigirnos un gran derroche intelectual; porque casi siempre que comentamos un suceso en una rueda de amigos lo hacemos con la intención de remarcar éste en la conciencia de nuestros contemporáneos, para explicar nuestro vínculo social; porque son muchas las ocasiones en las que nos sentamos a botar palabras, para disipar el tiempo que no sabemos en qué utilizar.
Sin embargo, ha surgido una tendencia, fruto de la exploración de las habilidades ocultas del individuo, y de las exigencias de liviandad conceptual y de facilista asimilación del saber que caracteriza a la época actual, que le concede mucha importancia al texto visual, en detrimento del oral. Por otra parte, la cada vez mayor preocupación del manejo escénico y de mantener la atención del oyente a través del apunte jocoso, están llevando al narrador oral a convertirse en un entretenedor más. En un facilitador más de la liviandad conceptual que caracteriza a los tiempos actuales tan signados por la globalización.
¿Los ejecutores actuales de la narración oral tienen ya definida su visión? Formulo esta pregunta, suponiendo que la visión del movimiento de narración oral sea crear las condiciones para que el acto de narrar oralmente se convierta en una práctica artística con claro compromiso social, porque tengo la impresión de que muchos de los ingredientes de que se vale para enriquecerse escénicamente la convierten, poco a poco, en una actividad para iniciados, es decir, para elegidos Los accesorios que cada día le involucran, para hacerla más atractiva y escénica, en detrimento de la fortaleza del texto oral, están elevando a la narración oral a la categoría de actividad artística de élite y le están ahuyentando audiencia, debido a que dentro de ésta siempre se encontrará al oyente que emprende la esperanza de repetir el acto a que ha sido convidado, o el que desea hallar en el escenario a quien le recuerde la sencillez de la vida cotidiana y le enseñe a domeñar las circunstancias que la hacen difícil. En cada espectador está el deseo ocasional de ser el actor, o el cantante, o el clown, o el narrador oral que está en el escenario, De tal suerte que, cuando quien ocupa el escenario rompe sin previo aviso las reglas lúdicas y de interacción que debe guardar todo juego artístico para cumplir su destino ideológico, aleja al público de la esperanza de emularlo y lo desestimula para la asimilación ideológica. En consecuencia el acto de narración oral se convierte en un simple objeto estético. Hago esta observación, partiendo del hecho, repito, de que la visión de la narración oral sea la de crear unas condiciones que permitan que la actividad se difunda como alternativa artística, cultural y política, con una perduración y unas consecuencias sociales, que haga que la historia termine interesándose en ella.
¿Los ejecutores actuales de la narración oral tienen ya definida su misión? Aún no se sabe si es la de crear un nuevo mecanismo de reintegración social, o uno de entretenimiento, o hacer transmisión cultural, o convertirse en un sucedáneo del teatro por medio de una práctica denominada por algunos miniteatros, o ser uno de los símbolos artísticos de la individualidad de la globalización.
La explosión de técnicas surgidas al calor del tema de la narración oral, también están a punto de convertirla en una ciencia. Nunca antes en la historia de una función artística habían surgido tantas técnicas para desarrollarla, tal como está ocurriendo con la narración oral. Esto, me parece, que, observado desde un punto de vista jocoso podría prestarse a muchas ironías, como en efecto sucede, y que es lo que uno escucha cuando habla con los contendientes de la narración oral, que hacen escarnio de los nombres con que se bautizan los cursos y las cátedras destinadas a formar narradores orales; pero observado con seriedad se encuentra uno con que la época actual tiene, entre sus características principales la conquista del permiso de acicatear la conducta humana hasta su más íntima naturaleza, y muchos de los promotores y accionantes de la narración oral están haciendo pleno uso de dicho permiso, enriqueciendo cada día más los accesos a dicha actividad. Pero, ojo, que de un estudio pormenorizado de técnicas para desarrollar una actividad cualquiera pueden resultar dos consecuencias: la línea recta, o el laberinto. ¿A cuál de estas dos consecuencias le está apostando la narración oral, para cumplir con sus postulados de visión y de misión?
La narración oral, pues, se está convirtiendo (si es que ya esto no ha sucedido) en una especialidad más de las artes escénicas, como un sucedáneo del teatro, debido a que las complicadas estructuras de escenografía y número de personajes de éste estorban la existencia y la movilidad en un mundo cada día más sintético, estrecho y comprimido. La preparación intencionada del texto y de la estructura escénica hacen que el narrador oral, que históricamente estuvo al mismo nivel del auditorio, suba al escenario y comience a imponer la misma distancia que debió imponer el teatro en su debido momento para convertirse en algo creíble, pues lo que está demasiado cerca del público jamás adquiere la magia del poder. En eso estamos de acuerdo.
Pero hay algo más y es el hecho de que el auge que en los últimos diez años ha cobrado el acto de narrar oralmente (el número de versiones de los más importantes encuentros y festivales que se llevan a cabo en el mundo iberomaricano nos dan la medida para poder afirmar que el auge es más o menos reciente, y que apenas traspasa la década) hace que esta actividad asuma los riesgos que genera la competencia en los procesos artísticos, entre los que cuento como los más traumáticos la exageración y la trivialidad. El deseo de un gran número de narradores orales de competir con los humoristas, o con quienes creen serlo, contribuye con la creación de una idea errada por parte del público hacia lo que es narrador oral, o cuentacuentos, o contador de historias. Hoy en día es muy común oír a las gentes de sitios en donde se hacen eventos de narración oral preguntar cuándo comienza lo de los cuentachistes. A esto ha contribuido en gran medida el llamado movimiento universitario de algunos países, con énfasis en Colombia (lamento decirlo), en donde nos han hecho creer que somos muy entretenidos para contar cuentos, que somos muy creativos y que hacemos reír con facilidad a la gente. Bueno, cada país tiene su sueños chovinistas.
El exceso de técnicas de desempeño, la gran explosión demográfica de narradores orales, y la competencia a través de audacias y sutilezas están haciendo de la narración oral un factor de recreo, que el teatro en un momento asumió, y que no ha podido seguir desempeñando por razones de economía, tiempo y espacio.
No estoy muy seguro de si la narración oral logre trascender, sin lesiones fundamentales, la época del predominio de la imagen, pero sí tengo el presentimiento de que nunca dejaremos de hablar, aunque sea con balbuceos. En lo que si creo es en que muchos de los textos y lenguajes que está utilizando la misma en la época actual no son el mejor apoyo para darle una visión de generación continua de estímulos ideológicos básicos de identidad social, y sí para acomodarla a las necesidades culturales de la globalización, por lo que cada día es más un mecanismo de individualización, que un medio de interacción.
El monólogo, por ejemplo.
Está eclosionando con gran rapidez el movimiento de narración oral; pero esto, al parecer, no garantiza que se mantenga el valor social de la palabra hablada, entendiendo éste como la utilidad que tiene la misma para interactuar y producir acuerdos de desarrollo entre la personas, pues cada día la palabra hablada es más un vehículo de intermediación que sirve para pedir cosas y resolver las necesidades inmediatas. Cada día es menor la relación que existe entre las palabras que pronunciamos y la realidad de nuestro entorno individual y colectivo, pues estamos mucho más informados de lo que ocurre afuera, que de las dificultades del vecindario de nuestra calle o de los problemas de nuestra ciudad.
Los antecedentes nos dan a entender que la nuestra es una sociedad perversamente parlante, y que por ello, a condición de vivir abriendo la boca decimos lo primero que se nos ocurra. Esto ha hecho que nuestra intención verbal no esté muy conectada con nuestra intención mental. Posar de lacónicos nos produce vergüenza, pues una de nuestras grandes virtudes históricas es la habladuría. Si no es así, que me digan de dónde se saca tanta información para eliminar a los demás, o para inventar chismes, o para calumniar, o para difamar. Inventar cuentos, que después vamos a contar en público es una manera de ser perverso, porque algunos de ellos hablan de un amor que no existe, de una pasión que se enfrió, de una promesa que se esfumó y de un pasado que jamás existió. El contador del cuento tiene la certeza de que les meterá el cuento a la fuerza a todos, porque uno de los destinos del narrador oral es obligar a escuchar, pues, si no es al menos oído no se explica su rol en la vida. He ahí el problema fundamental del narrador oral que llega a la conclusión de que va a salvar el mundo a punta de palabras, como lo creen los predicadores, o a mitigar los dolores del alma contando historias chistosas, como lo creen los humoristas.
¿Será que la búsqueda incesante de técnicas de acompañamiento de la narración oral es un acto conciente, o un pretexto para encubrir la deficiencia del mensaje oral? Valdría la pena averiguar esto para definir si la narración oral es un camino que conduce a la revisión de los pasos andados, o un sendero que nos lleva al simple placer de oír, sin exigirnos la responsabilidad de escuchar, tal como está ocurriendo con la imagen, que nos da el placer de mirar, sin exigirnos la responsabilidad de ver.
Germán Jaramillo Duque
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