Ya es de día. Un grupo de hombres ríe
al unísono, mientras el camión en que se transportan los lleva rumbo al sitio de
su diversión. Sus palabras de algarabía no se entienden, pero denotan júbilo,
satisfacción y dicha. Varios kilómetros adelante, el camión se detiene y los
hombres bajan afanados, mientras que los gritos y las risas se vuelven más
intensos.
El disfrute se siente a flor de
piel, cuanto ocurre es motivo de regocijo. De la mano de uno de los policías, va
un “desechable”, con un gesto de confusión que se acentúa a medida que lo
golpea, insulta y le grita. El hombre es despojado de sus ropas raídas y lo empuja
al caño de aguas negras por donde pretendía escapar. Son altos niveles de gozo.
El policía se encarga de transmitir vívidamente la alegría que siente a sus
compañeros, ahora tortura a la perra acompañante del detenido, que minutos
después muere ahorcada y termina en la misma alcantarilla, escuchando en la
víspera de su ahogo las intensas risas. Todo lo que se ignora de ese hombre, se desprecia, aunque se trate de un expolicía caído en desgracia. ©
no tienen conciencia de quien se trata, terrible
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