29 de abril de 2012

LEY DE HIELO



Ya es de día. Un grupo de hombres ríe al unísono, mientras el camión en que se transportan los lleva rumbo al sitio de su diversión. Sus palabras de algarabía no se entienden, pero denotan júbilo, satisfacción y dicha. Varios kilómetros adelante, el camión se detiene y los hombres bajan afanados, mientras que los gritos y las risas se vuelven más intensos.
El disfrute se siente a flor de piel, cuanto ocurre es motivo de regocijo. De la mano de uno de los policías, va un “desechable”, con un gesto de confusión que se acentúa a medida que lo golpea, insulta y le grita. El hombre es despojado de sus ropas raídas y lo empuja al caño de aguas negras por donde pretendía escapar. Son altos niveles de gozo. El policía se encarga de transmitir vívidamente la alegría que siente a sus compañeros, ahora tortura a la perra acompañante del detenido, que minutos después muere ahorcada y termina en la misma alcantarilla, escuchando en la víspera de su ahogo las intensas risas. Todo lo que se ignora de ese hombre, se desprecia, aunque se trate de un expolicía caído en desgracia.©

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