Soñó con dominar el arte de
contar, así el influjo de la imitación fuera una sombra al acecho. Tenía una fe
ciega, no en el reconocimiento público, sino en el propósito de su ambición. Recordó, que no debía escribir sin saber con qué absoluto
designio lo haría de principio a fin. Entonces comenzó a escribir, cuando una
luminosa idea relumbró en su mente. Veinte años después volvió a intentarlo,
pero regresó a su mano aquel temblor irreversible del síndrome de la página en
blanco. ©
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Como la vida misma.(De los que osan escribir, bienaventurados sean)
ResponderBorrarMe gustó, saludos cordiales.
Setefilla
Asi es y así será. Gracias por tu comentario y visita.
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