La serpiente sabe deslizarse
por la tierra con su ojo agudo y puntilloso, escudriñando entre lo pequeño y
lo único. Va por mundos rastreros y sin grandes acrobacias que la obligan a ir despacio, sigilosa; a tener paciencia y mirar desde lejos. Nada la
separa de su sombra y de la idea de su sombra, ni de su ausencia más que de
ella. Sólo bastará su silbido mortal para provocar una intoxicación que se
manifiesta principalmente por el dolor en el sitio de la punzada y una gama muy
amplia de signos y síntomas locales como generales que algunos Estados dicen
investigar. ©
28 de septiembre de 2013
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