La tarde calla o canta.
J. L. Borges
Cuando
llegó al café ubicado en la Arboleda del Centenario, sabía que la esperaría por
las razones que ella siempre esgrime sobre la vanidad a la hora de salir. Con resignación
y la mirada en algún punto distante, permaneció en silencio hasta
cuando una muchacha lo regresó a la realidad ofreciéndole el menú con las
mejores opciones en helados y bebidas.
El
tiempo parecía que era parte de la eternidad, mientras Serrat canturreaba: Una
tarde plomiza de abril, cuando se fue tu amante, se marchitó en tu huerto hasta
la última flor… Luego el Nano guardó silencio, y yo continué con una canción de
Draco Rosa, esa que dice… Soñé tu figura lejos, esperando en los suburbios del
olvido y me vi solo.
-
¿Qué desea ordenar? –le interrogó una joven decidida buscando justificar su permanencia en el lugar. Fue cuando ella apareció
sonriente, pero él supo advertir en sus ojos una sombra indefinida. Pero esos
ojos, cuando él le habló, recobraron su brillo cual si un tren silbara a lo
lejos siendo la esperanza de algo. Era un intento por penetrar con su voz tibia
los sentidos de la recién llegada, mientras ella, con doloroso cuidado, le recorría
la cara.
Era
una hermosa tarde del sábado, sabía que iría a su encuentro, aunque él acariciara
la idea de revivir aquellos momentos que sólo los dos logramos alcanzar cuando
el cielo y la tierra se juntan, olvidando que el mundo existe a nuestro
alrededor. Yo sólo quería que nos reveláramos esas cosas que aún guardamos en
silencio, porque todo amor incompleto es siempre capullo, aunque para él sea
pasión. Sólo deseaba mirarlo a los ojos y, a través de ellos, revelar ese
sentimiento que él sabe disipar cada vez que lo miro, que supiera lo que me
hace sentir, que se diera cuenta cómo el roce de sus manos, de sus labios, de
sus besos, me hacen sentir tan mujer.
¿Sabe? Ayer, me dije, que ir a su encuentro sería
un error porque
ese amor
no puede atreverse a expresarse con nombre propio por las circunstancias que
nos atan a otras personas. Aun así, decidí volver a florecer de la nada, gozando de
su presencia, de sus palabras, de todas sus caricias, esas que tanto anhelo y
que me llegan al alma.
Después de una torrencial lluvia de besos y cuando las primeras sombras de la noche caían, el hombre pidió la cuenta. Fue cuando la felicidad iba hablándoles en voz baja al regresar por esas calles que suelen estirarse y por donde otros deambulan llevando incertidumbres como espinas. Él iba con pasos resueltos y ella contoneando sus gracias. Así se marcharon, sin mirar atrás, con su tiempo y sus respectivas ausencias. ©
Después de una torrencial lluvia de besos y cuando las primeras sombras de la noche caían, el hombre pidió la cuenta. Fue cuando la felicidad iba hablándoles en voz baja al regresar por esas calles que suelen estirarse y por donde otros deambulan llevando incertidumbres como espinas. Él iba con pasos resueltos y ella contoneando sus gracias. Así se marcharon, sin mirar atrás, con su tiempo y sus respectivas ausencias.
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