Siempre a la hora de ir a dormir, una voz subrepticia, y tras ella, apurados golpecitos en la pared de papelillo, me llamaban. Entonces, tras aquella voz y con ojos de sueño, acudía a donde ella aguardaba.
Eran las piernas, los muslos, de quien los años nunca supe, que pedían ser acariciados debajo de la noche y la cobija. Aquella niña de perfume silvestre, de caderas revoltosas donde empezaban y terminaban mis suspiros, jamás podré olvidar.©
Me recuerda un texto que hice hará un año y pico. Hay sensaciones que perduran en la eternidad.
ResponderBorrarUn cordial saludo
Precioso texto. Un abrazo.
ResponderBorrarMe gustaría poder leer tu texto, querida amiga.
ResponderBorrarUn Abrazo.
David: Muchas gracias por tu apreciación. Un saludo para ti y los tuyos.
ResponderBorrar