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—Allá en Cauca, en la casa a
orillas del río —decía mamá Bertha mientras las volutas de humo caliente
subían para quedarse pegadas en el cielorraso de la sala de la casa materna— tenemos
una gata primorosa porque sabe por instinto la hora exacta a la que van a
despertarse sus amos, y los despiertan diez minutos antes con un mamaaaaaaaaaa.
A mí me gustan los gatos, pero
ninguno como Míster —dijo mamá Berta mientras sus labios morenos producían un
sorbo ruidoso y le pedía a Carmen otro pandero— Era demasiado exigente, porque
todo gato exige adoración, porque ningún gato podrá superar la costumbre de haber tenido a los
humanos como sus súbditos. Otra cosa, mi gato angora era difícil encontrar porque
sabía ausentarse durante semanas; era terriblemente humano al cruzar las
fronteras de la casa porque sabía que no me pertenecía. En cambio, mire usted a Mariposa, ésta gata nunca
se ríe o se lamenta, siempre está razonando, tal y como lo escuché decir a
alguien por ahí.
La mamá Berta iba a pedir una
empanada de cambray, pero guardó silencio porque había terminado con el café,
porque Carmen dejó caer la tapa de una olla en la cocina y Luisa se había
quedado dormida de tanto oírle contar una y otra vez los misterios de los
gatos; enigmas que solo pasaban por la mente de su hermana y que, solamente
ella, podía imaginar.
Generan una enorme curiosidad. Qué pensará un gato?, de esa pregunta, al mirar uno nacen miles de posibilidades, como raíces escondidas.
ResponderBorrarUn abrazo
Desde luego. Sería por eso que alguien dijo que son un enigma. Un placer tenerte por aquí.
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