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Otra vez se
encontraba frente al espejo. Las imágenes se alternaban entre las luces y sombras
de su habitación, mientras en cada pose suya iba descubriendo
por casualidad detallitos que no estaba buscando. Presa del pánico, increpó la osadía
de la luna en la pared, gritó su inconformismo, replanteó la posición de su
cuerpo, y agudizando la mirada volvió a echar un vistazo.
Caminó ofuscada por el apartamento.
Tras desahogarse, un halo de esperanza la reconfortó; se plantó en silencio
ante él, despacio se colocó de lado sin tensionar la quijada y el hombro más
cercano al espejo ligeramente levantado. Luego, transfirió el peso de su cuerpo
a una sola pierna y con una inflexión de esperanza para ella el cristal reflejó
su figura entre las mismas luces y sombras y le preguntó:
—¿Vuelves a insistir?
©Guillermo A Castillo.
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