Mi padrastro me dijo que fuera a la playa a distraerme para que saliera de mi encierro. Así lo hice. Confronté la grandeza de algunos buques mercantes y de turismo que entraban y salían de la bahía ondeando sus vistosas banderas. El aislamiento que acusaba se disipó cuando una voz afectó mi ánimo. Me encontraba solo, sentado en una banca del malecón evitando a un desconocido. Él se acercó a mí. Una mano enardecida hizo lo suyo. Fue una tarde de imborrable réplica.©Guillermo A. Castillo.
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