En el pueblo, el paro cívico no
produjo hechos que lamentar. A eso de las tres de la tarde los manifestantes,
que lanzaban consignas contra el burgomaestre, fueron dispersados por la policía.
Sin embargo, un hecho aislado
ocurrido en el bar Virgos, empañó la tranquilidad de todos cuando fue asesinado
Candelo Valencia. Algunos medios locales dijeron que se trató de un crimen
político; otros, en cambio, sostienen que se trató de un lío de faldas.
Digo esto porque estando en el
balcón de mi casa, presencié el paso del cortejo fúnebre de aquel hombre
público, con tan mala fortuna para mí, que cuando era llevado en hombros por
algunos de sus copartidarios, pude observar a través del cristal del ataúd, el
rostro maquillado del cadáver. Desde entonces, cuando intento conciliar
el sueño, veo aquella máscara siniestra adornada con algodones en la nariz.
No habían caminado cien metros
cuando los serpenteantes hombres pasados a aguardiente Juanchito, dejaron caer
el ataúd. Todos quedamos horrorizados, aunque a él no pareció importarle mucho
por estar acostumbrado a toda clase de excesos en la vía pública.
Sí, cada noche el miedo se
pinta en mi rostro. Su rostro no se aparta de mi miedo. El
miedo, como un viento helado, viene hacerme confesar
mis culpas. ©Guillermo A. Castillo.
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