Omar vino del estrecho valle, donde, aprendió el oficio de sus mayores. Tenía Lucía diecisiete años cuando la conoció. Con ella solía ir hasta los suelos más fértiles, bajaban al bullicioso río, se zambullían en él y se dejaban llevar por sus impulsos.
Meses después Lucía resultó encinta. A los diecinueve años Omar consiguió un trabajo y un juez se encargó del resto. Fue una boda sin altar, no hubo flores ni traje de novia. Aquella noche se fueron al río, se sumergieron en él e hicieron el amor de nuevo.
Las cosas no le van bien como obrero, ha escuchado decir que es por culpa de la economía, esa rareza que nunca se equivoca en fijar el precio de las cosas. Guardó silencio y colocó la mirada en un punto lejano. Actúa como sino recordara nada del pasado y Lucía como si no le importara la situación. Todo lo que consideraban importante se había desvanecido en el aire.
Entonces una nueva revelación, un nuevo brillo tuvieron sus ojos al acordarse de ser a la vez dueño y víctima de su tiempo, cuando corría en la vieja camioneta y el cuerpo de Lucía bronceado y húmedo iba a su lado. Cada noche estrellada se acostaban en aquella orilla y la abrazaba hasta escuchar su leve respiración. Esos recuerdos ahora lo acosan, lo persiguen como una maldición que lo llevan siempre al río, ahora que se ha secado.
(De una canción de Bruce Springsteen)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario