Me mudé a un edificio de
departamentos. A las semanas, me invitaron a una reunión de asociación. Decidí asistir,
y de ese modo presentarme en el lugar. La reunión no tuvo nada de
sobresaliente; salvo el recordar el pago oportuno de la cuota de administración. Un
detalle, tan solo un detalle mínimo, acaparó mi atención. La vecina del 10 "G" tenía desabotonada
su blusa, situación que me causó cierta confusión. Esa abertura me llamaba como
el canto de una sirena. Debía reprimir un impulso salvaje. Pero deseaba
arrojarme sobre ella y arrancar parte de su vestuario. No, no
quiero, que se me confunda por cierto grado de perversión. Tenga, usted, en
cuenta que no me interesaba en lo más mínimo mi vecina, sólo me interesaba esa insinuante
abertura. Quería introducirme a través de ella, llegar a lo más profundo de
su ser como pérfido salvaje, para ser más exacto. No me interesan sus
extremidades de palmípeda ni sus miradas de pronóstico reservado.
A partir de ese momento comencé
a frecuentarla, a fingir un ocasional encuentro… Ya sé que era sospechosa mi
actitud, dado que nunca habíamos atravesado saludo alguno al cruzarnos por el
piso. No me importaba: tan solo esperaba el anhelado momento en que mi vecina se acercara y así satisfacer mi obsesión. Se nos
enseña a no desear la mujer del prójimo, pero vivimos en una época donde la
imagen es lo más deseable, entonces es justificado y legítimo que yo quiera tocar
aquella sustancia que da volumen a mi obsesión. Escuche... No debe juzgarme por
este impulso mío, sino ayudarme ¿Cómo? Tendiéndome una mano, mientras se
desajusta su blusa.
A las semanas comprendí
que, descolgándome por mi balcón, podía introducirme en la terraza de aquella
mujer y, desde ahí, a su habitación. No, no quiero causarle daño alguno. Solo
necesito abrir un poco más su escote. Y llegó el día en que me decidí. En
pocos minutos me introduje en su habitación y la esperé. No sabía por dónde
empezar. Estaba tan excitado que solo escuchaba el palpitar de mi corazón. No
pude ver cuando ella entró. Me sorprendió frotándome contra uno de sus óleos donde posan sus precipicios desnudos. La mujer estaba tranquila. Tan solo dijo
"Hace días que tengo la ventana abierta, pensé que nunca te
decidirías". Desde entonces tomo sus senos de magnolias y conversamos hasta
la hora de los gemidos. A nuestro modo, somos felices. ©
Cuando la vida nos pone en bandeja un buen plato con fresas, dejar que la cobardía se quede en el aire, no alimenta.
ResponderBorrarMe ha gustado la forma suave de explicar una tendencia natural.
Un abrazo