26 de mayo de 2018

PECADOS VENIALES

La confesión. Giuseppe Molteni



Fue hasta el confesionario y dobló sus rodillas decidida a que su lengua jurara decir la verdad. Las rodillas fueron brasas encendidas por la presión de todas sus culpas. Era una mente abrumada, por eso, quería confesar lo que su corazón siempre le recordaba. Pasaron los minutos y el orondo confesor se comenzó a impacientar por culpa del silencio de la atormentada mujer.

—Hija mía, tu silencio es una mala justificación de tus culpas, —le habló con carácter el confesor a través de la rejilla del habitáculo de madera.

La mujer eligió continuar en silencio para simplificar su imperdonable olvido. Por más que intentó, no podía recordar nada de lo que llegó a proferir o herir en el pasado. A lo largo de unos segundos fue incapaz de pensar en algo concreto y de recordar las razones por las que estaba allí. El hecho de quedarse en blanco era signo que su memoria estaba sufriendo una crisis transitoria. Por algún motivo, buena parte de sus recuerdos se habían quedado fuera de su alcance, y eso hacía que se encontrara en medio de un callejón sin salida durante un largo rato.

—Mujer, ve y refúgiate en tu olvido, —le invitó el sacerdote con voz sorda y suave siendo una oración mezclada con suspiros amordazados. Ella no se movió. Por más que intentó confesar sus culpas, sabía que no confesarse era dejar de alcanzar la benevolencia y el perdón de aquel vicario que podía librarla de su comportamiento ofensor.

—Buena mujer… ¿A qué viniste, si no te has escuchado a ti misma? —Preguntó el confesor tras un disimulado chasquido al bostezar lleno de modorra producida por la lujuriante comida de las Siervas de Jesús—. Buscas a través de mí la absolución, pero prefieres callar. Así que toma una decisión: o te confiesas de una vez o te marchas de aquí si en definitiva no te has mirado a ti misma con sinceridad y arrepentimiento.

La mujer no dijo nada, continuó inmóvil en el confesonario. El cura la miró atento a cualquier reacción, pero sin éxito alguno. Se hizo un silencio frío, de catedral, que obligó a la mujer a inclinarse aún más y cerrar los ojos en un intento por murmurar las primeras palabras de su terrible pecado. Pero no dijo nada, y así continuó otro rato más.

—Lo siento, padre… —exclamó por fin. Lo dijo en voz alta como si hablando alto pudiera romper aquel silencio verdadero. No pudo seguir en esos intentos fallidos de reconocer sus culpas. Era como si todos sus pecados hubieran desaparecido para no tener culpa alguna. Levantado la mano derecha y haciendo la señal de la cruz, el clérigo despidió a la mujer. Echó hacia atrás su pesado cuerpo y se quedó sumido en un sueño profundo soñando que la mujer le decía que los pecados son un disparado invento de distracción de la verdadera adoración.©Guillermo A. Castillo

4 comentarios:

  1. Pues sí, los pecados no existen como tales. La culpa es un invento de la psicología y el infierno no es un lugar de castigo.

    Lo tergiversaron todo.

    Saludos,

    J.

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    Respuestas
    1. Sí, nos enseñaron a hacernos pedazos para mantener a los demás completos gracias a su divinidad.

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  2. Uf, muy bueno. El concepto de pecado y de culpa, tan católico, muy bien llevado. El sueño del confesor es lo que acaba siendo el inconsciente de sus culpas.

    Muy bueno. Un abrazo grande

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    1. Mi estimada Albada, dicen que la culpa es una de las maneras más utilizadas para manipular a los demás. Históricamente así fue y sigue funcionando desde entonces.

      Un abrazo grande también para ti. Saludos.

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