No escribimos una historia según el orden de los tiempos,
sino la sucesión de las ideas“que nos atormentan”.
sino la sucesión de las ideas“que nos atormentan”.
Proudhon.
El más grande regalo que puede ofrecerse a un amigo es acudir ante su llamado como la sangre a la herida para hablar de él en voz alta. Así debo referirme a mi amigo Arley Betancourt Martínez y a su novela El Visitante. Aunque ambos son una misma razón para dirigirme a ustedes, debo decirles que Arley vive conjurando sortilegios para alcanzar la felicidad y su novela es la personificación viva del hastío de la vida.
En consecuencia, es preciso recordar que “todo lo que uno dice proviene en realidad del otro (…), de sus más hondas convicciones”. Y eso es cuanto intentaré decirles, conociendo la callada capacidad que tiene Arley para el difícil arte de transpirar ideas y su facilidad para crear palabras o mundos posibles como metáforas, para enfatizarnos antiguas verdades en las cuales él ha creído siempre.
Ahora, hablemos de la novela, o mejor, de Kozliak como “la voluntad de dominar, (siendo) la sublimación de la voluntad de vivir, la violencia, la esclavitud, la dureza, lo brutal y lo malo, y tiránico que posee el hombre” de una u otra forma. Estas son las razones por las cuales El Visitante critica a los salvadores del mundo, que no hacen que menoscabar la pureza del hombre, cuando como sumos sacerdotes, lo someten y lo debilitan suscitando en él la “conciencia del pecado”. Es allí donde la moral resulta ser un contrasentido por que trata de modelar al hombre sobre esquemas fijos como si fueran “simples extensiones de sus sentidos o de sus cuerpos.” (p.15) Kozliak, bien podría ser Meursault, el protagonista de El Extranjero de Albert Camus, porque ambos son dos hombres que no son de aquí, ni de allí, de esta o aquella época o de otra nueva: no tienen sexo, ni patria, son una idea, En fin, los dos son un no hombre. Un par de extraños en la vida, viven al margen de ella y se dejan influenciar por ella, en una ciudad que “le pareció una gran jaula con gente aparentemente domesticada.” (p.18) y salvaje, cuando vio “dos cuerpos desnudos devorándose, rodando por una alfombra como poseídos por espíritus bestiales.” (p. 19) para atender a sus instintos primarios.
Pero Kozliak, a pesar de las atrocidades iniciales ante sus ojos, avanza perforando todo intersticio donde halla vida, por eso oscila entre las luces artificiales de París y aquella Orán de Camus, siendo las dos urbes mundos posibles, turbios y carnales a las cuales pertenece el hombre concreto. De esta manera, comprende que “el modo más cómodo para conocer una ciudad es averiguando cómo se trabaja en ella, cómo se ama” entre tantas reverencias a la muerte. No obstante, este ser estancado en su eternidad, que emerge en medio de las cosas más terrenales, para sentir el placer de la depravación en medio de todo lo que le asquea, se identifica con el hombre moderno, pero fragmentado por su propia fatalidad. Es así, como entre bromas riesgosas descubre, en Aquelar una bestia y un ánima latente para concluir después que es una piedra en la cual palpita un espíritu puro. Por consiguiente, lo odioso se alía con lo infausto, lo repugnante con lo infecto, siendo, incluso, capaces de “vivir siempre embriagados de vino, poesía o de virtud” (p. 25), o de existir como esclavos de sus propias responsabilidades y destinos. Diótimo se nos presenta siendo la “felicidad del pensamiento y el deleite del lenguaje”, tal y como describió William Ospina a Estanislao Zuleta cuando compartía en la amistad las ilusiones de su pensamiento. En pocas palabras, Diótimo
No es un juego
liviano.
Es entrar al misterio
del laberinto.
O lo que es igual, Diótimo no es “la maleza que se arranca de cualquier modo, es pasión y cincel que hurga en el fondo".
Así, El Visitante sigue seguro, avanzando, tejiendo las palabras de la usada y cotidiana sustancia de la muerte. Aunque ésta es una sola, lleva diferentes vestiduras oscuras, mira con ojos de murciélago, va reflexionando para sorprender a su próxima victima. Es un criminal sin patria, no la necesita para actuar con su grandeza y ser una pesadilla en los sueños desdibujados donde los demás luchan. A esta historia siniestra se suma Polidoro, otro ser “brillante y lúcido” (p.47), pero de mirada turbia o abatida que concibe el saber como una acción para poder salir de su propio infierno, aunque ese infierno no es otra cosa que un gran muro sin puerta alguna. Allí en ese sitio, violento y melancólico va forjando sus ideas fundamentales para resistirse ante el engranaje universal del totalitarismo o del Absoluto como lo llama Ernesto Sábato ante la consecuente desaparición del ser humano libre, pleno y digno.
En El Visitante, no hay “héroes”, sería un eufemismo, porque al pretender sobrevivir terminaran perdiendo esa dignidad que les caracteriza a Diótimo y a Polidoro. Los dos se resisten, saben cuando juzgar e introducir sus pensamientos aunque pensar es ya un notable signo de resistencia a la domesticación. Ellos, se nos muestran siendo la conciencia, y quizás, el ultimo esfuerzo de supervivencia moral del individuo. Son seres como Wiston Smith, el “héroe” de la novela 1984 de George Orwell, a los que Kozliak podría decirles que pertenecen a una especie destruida, pero jamás podría asegurarles que son seres inexistentes. Ambos son de esa clase de hombres que se hacen hombres concentrándose en ideas auténticas como alguna vez lo dijo Nicolás Ostrovsky al enseñarnos a templar el acero. En otras palabras “el saber es siempre un intento de cambiar lo que ocurre, es una forma refinada de acción.” (p.140) Ese saber reside en ellos, “a pesar de su aparente degradación.” (p.103)
Ahora bien, en El Visitante encontramos una crítica a los valores representados por todas las religiones y todos esos sistemas que convirtieron a los hombres en seres sometidos y resignados, negándoles la reivindicación con la vida y con su propia felicidad. “El mundo está cansado de estos predicadores (del sistema) que se desdibujan por sus acciones.” (p.100) y aun así, siguen pretendiendo hacernos regresar a un paraíso que hace rato nos fue negado. Interesa aquí poder subrayar que nos hablan del paraíso como “imagen mítica (…), siendo la esencia misma salvadora o destructora del lugar (…) relevando directamente su sentido exclusivamente prometedor o amenazador”. Hoy en día, es muy frecuente que los dioses de las religiones abolidas se conviertan en los demonios de las nuevas religiones o cultos, incluyendo también a la política tal como lo expresó en su momento Estanislao Zuleta.
Karl Popper, estudioso del conocimiento científico, decía que:
“la meta de una sociedad razonable ha de ser la reducción del sufrimiento y no la llegada de ciertos estados utópicos de bienestar".
Pues bien, todos hacemos parte de una carrera enloquecida cuya meta es el bienestar, pero un bienestar relativamente efímero. Popper, considera que los objetos (o lugares) utópicos no existen pero que los usuarios creen haberlos alcanzado cuando se ha hecho la ultima adquisición. Y en ese sentido en cada templo o garaje se nos tira la última tabla de salvación como si fuéramos verdaderos náufragos alejados de una isla paradisíaca. Además, en El Visitante se nos dice, se nos recuerda que en esa desenfrenada carrera, la irracionalidad está presente hasta por contagio. Actualmente nos encontramos frente a una crisis general de la razón, que no es la primera vez que se presenta. En la antigüedad se dio con características diferentes. Hoy en día, esa crisis nos lleva a trasgredir las normas más elementales y las reglas más lógicas de la naturaleza, gracias a la irracionalidad tecnológica.
Pero, no nos pongamos del todo pesimistas. Ahora sabemos que todavía es posible partir a la aventura del pensamiento como una posibilidad viviente, cuya realización es la verdadera meta liberadora de la existencia humana, al desnudarnos por completo de las envolturas sociales que nos estorban cuando nos dejamos persuadir en la taberna de los tiempos. Es hora de recordar que “todos los lugares de adoración son símbolo del mismo Amado. Inclina la cabeza cuando veas un templo y regocíjate cuando veas una mezquita;” pero no te dejes enceguecer por los reflejos que emitan, por que podrías perderte en ellos y no podrías decirle a otros como es tu verdadera esencia cuando te pregunten por ella. No seamos más peces con sed en el agua, lo real mora en nosotros y si no encontramos esa esencia el mundo será irreal como dijo Kabir. El pensamiento, expresó Sócrates es un ojo más valioso que diez mil ojos físicos porque sólo a través de él puedes ver la realidad. El Visitante, en medio de lo desastroso del hombre, nos hace el mismo llamado. Ya es hora que el hombre se despliegue, como un loto de innumerables pétalos.
Si mal no recuerdo, Federico Nietzsche en el Zarathustra nos dice que los hombres se han extraviado por su modo vulgar de razonar. A esto agreguemos que ellos olvidaron lo que ya saben: “La vida es breve; la muerte cierta. Y ante las preguntas: ¿Quién eres tú miserable montón de polvo?, acaso ¿Olvidas que bien pronto te dispersará el viento?” no saben qué contestar. A esos espíritus indiferentes y extraviados fustiga Kozliak, olvidando que él es un ser de contrastes internos, en cuya esencia prima simultáneamente Dios y Satanás, lo bello y lo horrible, una metafísica dualista que origina antagonismos, violentos y humanos. Podría agregarse además, que es el culto a lo raro, a lo oculto, por las experiencias; es la verdad de un confeso desequilibrado, con crisis de religión y por qué no con crisis de ateísmo.
“¿Por qué culpar a los bebedores
Por sus ansiosos ojos,
Cuando el vino mismo danza
tan arrobadoramente en la copa? ”.
Ante la desaparición (¡que palabra extraña y tan de moda hoy en día!) de sus únicos “contactos” en este mundo, una voz negra y vacilante golpeó, como un Dios anónimo, a Kozliak convirtiéndolo finalmente en una tormenta, en un estrafalario fantasma de su propio desierto. No sabemos si la vida le extenderá la mano a un ser que, en últimas, es el hombre mismo colocado en este vasto territorio llamado tierra, para recuperar la fe perdida porque todos hacemos parte de esta utopía.©
Guillermo Arnul Castillo Ruiz
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