24 de noviembre de 2012

AGUACATES





La cámara lo dice todo. Clisman yace en la cancha y convulsiona. Tiene la cabeza lavada en sangre. Gritos van, gritos vienen a su alrededor ¡Está muerto!, dicen. ¡Todavía respira!, insisten otros. Dos agentes se acercan al cuerpo boca abajo, le dan vuelta con torpeza y lo levantan. Es un niño con los ojos vacíos. Lo llevan cargado hasta una camioneta y se van. Un perro negro corre con su aullido lastimero tras ellos. Más gritos. Alguien pregunta si le tomaron la placa al agente que disparó. La cámara guardó silencio.

Clisman recibió un disparo en la nuca saliéndole por la frente para seguir su trayectoria criminal. Aun así, el comandante pide a la comunidad que “no estigmaticen a los agentes” por lo ocurrido y afirmó que “rechaza la violencia contra la sociedad”, agregó la radio local.

Clisman estaba viendo un partido de fútbol. Detrás suyo vino una voz que llamó “aguacates” a unos policías y estos procedieron agresivamente. Fue cuando Clisman intervino en defensa de su hermano menor, sólo que una bala perdida tomó la delantera para matarlo.©

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