El día
se le hizo eterno, si bien los minutos terminaron de desatar las últimas
sombras de aquella infortunada jornada. La situación está tan difícil que ni la
gente se quiere morir, renegó. Se levantó absorto por el dolor en los pies a
causa del sobrepeso notable. Ni modo de solicitar un anticipo porque la vieja
propietaria de la funeraria se llevó hasta el último peso. Suena el teléfono.
Una voz apresurada le solicita que concurra lo más rápido posible a la Clínica
del Sur. Como pudo llegó a la morgue, donde por más que insistió, le
respondieron que no había ningún cadáver. Algo le decía que tendría que
eternizarse allí por culpa de los complicados trámites. Así que decidió
sentarse y esperar junto a otras personas en la fría sala de espera. Una nueva
indicación se produjo en su teléfono. Todo estaba aclarado y podría irse a
casa. Pero por la voz que le habló, adquirió una máxima palidez, hasta helar su
sangre. Esa siniestra llamada a su celular fue el santo y seña para que un desconocido, surgiendo con furor demoniaco desde las sombras, le disparara varias veces.
El muerto terminó siendo él. ©
28 de abril de 2013
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario