Aquella tarde del martes 19 de junio de 1990,
decidí regresar a casa más temprano bajo el sol abrazador de antes de las doce
del día. La temperatura a esa hora obligaba
a dar pasos más cortos, más lentos e indecisos sobre el asfalto.
Con indecisión llegué a la esquina de la calle
8 con carrera 14. La algarabía y la tensión aumentaban en donde Amaya, un bar de
incierta reputación entre las señoras de Buga. Por encima del hombro sudoroso y
agrio de un hombre, pude echar un vistazo hacia el interior del establecimiento,
reconociendo la escuálida figura de Gerardo Osorio. Tras saludarlo, Osorio haciéndome señas me invitó a acompañarlo, pues no todo tenía que ser trabajo -me dijo
después de un apretón de manos-, estallando de risa después. Persuadido por
esta razón, accedí a quedarme, mientras en las entradas principales del bar, se
aglomeraba más gente necesitada, como nosotros, de poderse agarrar de una
esperanza, así fuera la última, porque las bombas, el narcotráfico y la miseria
no las estaba arrebatando a todos por igual. Dos tragos sirvieron para un brindis
al unísono.
Esa misma mañana, una nueva generación de futbolistas
colombianos estaba en el Mundial de Italia, sin favoritismo, pero dispuesta a demostrar
que en el país había talento y con la obligación de por lo menos empatar con
Alemania para avanzar a los octavos de final, como uno de los mejores terceros.
Así, entre comentarios y risas, entre el
subir y bajar reflexivo de las esqueléticas manos de Osorio por su mentón, fuimos
dejando de lado nuestras afujías, esa
extraña combinación de crisis y de angustia, que casi siempre tiene que ver con
la subsistencia.
En Buga, el bar es conocido porque es el
único que ofrece a sus asiduos parroquianos un trago llamado “Minifalda”, equivalente
a un cuarto de caneca de aguardiente reembasado en botellas de cerveza
Costeñita. De allí, entre muchos otros de igual calaña, es asiduo Tofiño, un viejo
alcohólico por antonomasia y vendedor de lotería. El lotero, al vernos a los
dos solicitando una nueva ronda de tragos de ron, no dudó en abordarnos con la
particular cortesía de todo versado vendedor y nosotros en tratar de ignorarlo.
Gerardo y yo, entre cada sorbo de ron, desaprobábamos las imprecisiones en que
incurrían los nuestros en ese afán de crear jugadas vistosas y colectivas de
gol. El partido hasta ese momento, resultaba una colección de faltas y pocas
opciones de gol. El marcador parcial 0-0 le permitía a los alemanes ser líderes
del grupo D, con 5 unidades y a Colombia tercera en la tabla con 3 puntos.
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